What is Political Philosophy? II 004

Parte de:

¿Qué es la Filosofía Política? / II. La solución Clásica

 

Por Leōnardus Strūthiō

Leōnardī Strūthiī verba

The character of classical political philosophy appears with the greatest clarity from Plato’s Laws, which is his political work par excellence. The Laws is a conversation about law, and political things in general, between an old Athenian stranger, an old Cretan, and an old Spartan. The conversation takes place on the island of Crete. At the beginning one receives the impression that the Athenian has come to Crete in order to study there the best laws. For if it is true that the good is identical with the ancestral, the best laws for a Greek would be the oldest Greek laws, and these are the Cretan laws. But the equation of the good with the ancestral is not tenable if the first ancestors were not gods, or son of gods, or pupils of gods. Hence, the Cretans believed that their laws were originated by Zeus, who instructed his son Minos, the Cretan legislator. The Laws opens with an expression of this belief. It appears immediately afterwards that this belief has no other ground, no better ground, than a saying of Homerand the poets are of questionable veracityas well as what the Cretans sayand the Cretans were famous for their lack of veracity. However this may be, very shortly after its beginning, the conversation shifts from the question of the origins of the Cretan laws and the Spartan laws to the question of their intrinsic worth: a code given by a god, by a being of superhuman excellence, must be unqualifiedly good. Very slowly, very circumspectly does the Athenian approach this grave question. To begin with he limits his criticism of the principle underlying the Cretan and the Spartan codes by criticizing not these codes, but a poet, a man without authority and, in addition, an expatriate, who had praised the same principle. In the sequel, the philosopher attacks not yet the Cretan and the Spartan codes, but the interpretation of these codes which had been set forth by his two interlocutors. He does not begin to criticize these venerable codes explicitly until he has appealed to a presumed Cretan and Spartan law which permits such criticism under certain conditionsunder conditions which are fulfilled, to some extent, in the present conversation. According to that law, all must say with one voice and with one mouth that all the laws of Crete, or of Sparta, are good because they are god-given, and no once is suffered to say something different; but an old citizen may utter a criticism of an allegedly divine law before a magistrate of his own age if no young men are present. By this time it has become clear to the reader that the Athenian has not come to Crete in order to study there the best laws, but rather in order to introduce into Crete new laws and institutions, truly good laws and institutions. These laws and institutions will prove to be, to a considerable extent, of Athenian origin. It seems that the Athenian, being the son of a highly civilized society, has embarked on the venture of civilizing a rather uncivilized society. Therefore he has to apprehend that his suggestions will be odious, not only as innovations, but above all as foreign, as Athenian: deep-seated, old animosities and suspicions will be aroused by his recommendations. He begins his explicit criticism with a remark about the probable connection between certain Cretan and Spartan institutions and the practice of homosexuality in these cities. The Spartan, rising in defense of his fatherland, does not, indeed, defend homosexuality, but, turning to the offensive, rebukes the Athenians for their excessive drinking. The Athenian is thus given a perfect excuse for recommending the introduction of the Athenian institution of banquets: he is compelled to defend that institution; by defending it he acts the part, not of a civilizing philosopher who, being a philosopher, is a philanthropist, but of the patriot. He acts in a way which is perfectly understandable to his interlocutors and perfectly respectable in their opinion. He attempts to show that wine-drinking, and even drunkenness, if it is practiced in well-presided banquets, is conducive to education in temperance or moderation. This speech about wine forms the bulk of the first two books of the Laws. Only after the specch about wine has been brought to its conclusion does the Athenian turn to the question of the beginning of political life, to a question which is the true beginning of his political theme. The speech about wine appears to be the introduction to political philosophy.

Pietro Testa: The Drunken Alcibiades Interrupting the Symposium (1648)

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Hispānice

El carácter de la filosofía política clásica aparecer con magnífica claridad en Las leyes de Platón, su obra política par excellence. Las leyes son una conversación sobre la ley y cuestiones políticas en generan entre un viejo extranjero ateniense, un viejo cretense y un viejo espartano. La conversación tiene lugar en la isla de Creta. Al principio tenemos la impresión de que el ateniense ha venido a a Creta para estudiar allí las mejores leyes. Debido a que, si es verdad que lo bueno se identifica con lo ancestral, para un griego las mejores leyes serían las leyes griegas más antiguas, que eran, las leyes cretenses. Pero, la ecuación entre lo bueno y lo ancestral no es sostenible a no ser que los primeros antepasados fuesen dioses, hijos de dioses o discípulos de dioses. De ahí que los cretenses creyesen que sus leyes tenían su origen en Zeus, que educó a su hijo Minos, el legislador de Creta. Las leyes comienzan con una alusión a esta creencia. Inmediatamente después se muestra cómo esa creencia no tiene otra base mejor que una expresión de Homero —ya hemos sido alertado que los poetas son de cuestionable veracidad— y lo que los cretenses dicen —era proverbial la falta de veracidad de los habitantes de Creta. Sea como fuere, al poco de su comienzo, la conversación da un giro desde la cuestión de los orígenes de las leyes cretenses y espartanas hacia el problema del valor intrínseco de las leyes: un código dado por un dios, por un ser de excelencia sobrehumana, debe ser absolutamente bueno. Es de manera muy pausada y circunspecta que el Ateniense aborda este asunto tan serio. Para empezar, limita su crítica al principio que subyace a las leyes cretenses y espartanas criticando no tanto a las mismas, sino más bien a un poeta, a un hombre sin autoridad y para colmoun expatriado que había alabado aquel principio. Para después continuar atacando no aún las leyes cretenses y espartanas, sino la interpretación que de esos códigos habían dado sus dos interlocutores. No comienza a criticar abiertamente estas venerables leyes hasta después de apelar a una presunta ley cretense y espartana que permite esta crítica en determinadas circunstancias —circunstancias que se cumplen, hasta cierto punto, en la conversación en curso. Según esa ley, todos tienen que decir a una sola voz y con una sola boca que todas las leyes de Creta, o de Esparta, son buenas porque tienen su origen en un dios, y a nadie se le permite decir otra cosa; pero un ciudadano viejo puede pronunciar una critica una ley tenida por divina ante un magistrado de su misma edad si no está presente ningún hombre joven. Al llegar a este punto queda claro al lector que el ateniense no ha venido a Creta para estudiar las mejores leyes, sino más bien con la intención de introducir en Creta nuevas leyes e instituciones, unas leyes e instituciones verdaderamente buenas. Estas leyes e instituciones resultarán, en su inmensa mayoría, de origen ateniense. Al parecer, el ateniense, al ser hijo de una sociedad civilizada, se había embarcado en la empresa de civilizar una sociedad un tanto inculta. Por tal motivo, debe tener en cuenta que sus sugerencias son recibidas como odiosas no sólo por tratarse de innovaciones, sino, sobre todo, por ser extranjeras, por ser atenienses: sus recomendaciones despertaran antiguas animosidades y sospechas profundamente arraigadas. Comienza su crítica explícita señalando la probable conexión entre ciertas instituciones cretenses y espartanas y la práctica de la homosexualidad en ambas ciudades. El espartano, levantándose en defensa de su patria, no defiende, sin embargo, la homosexualidad, sino que, tomando la ofensiva, reprocha a los atenienses su excesivo gusto por la bebida. El ateniense tiene así una excusa perfecta para recomendar la introducción de la institución ateniense de los banquetes: se ve obligado a defender esa institución; al defenderla, no actúa como un filósofo civilizador, que por ser filósofo debe ser un filántropo, sino como un patriota. Actúa en una manera que es perfectamente entendible para sus interlocutores y absolutamente respetable en su opinión. Intenta demostrar que beber vino, e incluso emborracharse, si se lleva a cabo en banquetes bien presididos, es un medio conducente a la educación en templanza y moderación. El discurso sobre el vino ocupa el grueso de los dos primeros libros de Las Leyes. Solo cuando este discurso sobre el vino ha sido llevado a su conclusión, es cuando el ateniense apunta a la cuestión del inicio de la vida política, a la cuestión que es el verdadero inicio de su tema político. El discurso sobre el vino aparece, así, como la introducción a la filosofía política.

Alcibiades escenificando la antinomia «Si ya saben como me pongo, ¿pa’ qué me invitan?» (Pietro Testa, 1648)

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