Gespräche in der Dämmerung 00071
Parte de:
Prefacio (Prólogo) [Vorrede]
[El concepto puro; a modo de conclusión: el autor y el público]
Tabla de contenidos
Gespräche in Jena
[71] Indem ich das, wodurch die Wissenschaft existiert, in die Selbstbewegung des Begriffs setze, so scheint die Betrachting, [65] daß die angeführten und noch andere äußere Seiten der Vorstellungen unserer Zeit über die Natur und Gestalt der Wahrheit hiervon abweichen, ja ganz entgegen sind, einem Versuche, das System der Wissenschaft in jener Bestimmung darzustellen, keine günstige Aufnahme zu versprechen. Inzwischen kann ich bedenken, daß, wenn z.B. zuweilen das Vortreffliche der Philosophie Platons in seine wissenschaftlich wertlosen Mythen gesetzt wird, es auch Zeiten gegeben, welche sogar Zeiten der Schwärmerei genannt werden, worin die Aristotelische Philosophie um ihrer spekulativen Tiefe willen geachtet und der Parmenides des Platon, wohl das größte Kunstwerk der alten Dialektik, für die wahre Enthüllung und den positiven Ausdruck des göttlichen Lebens gehalten wurde und sogar bei vieler Trübheit dessen, was die Ekstase erzeugte, diese mißverstandene Ekstase in der Tat nichts anderes als der reine Begriff sein sollte, – daß ferner das Vortreffliche der Philosophie unserer Zeit seinen Wert selbst in die Wissenschaftlichkeit setzt und, wenn auch die anderen es anders nehmen, nur durch sie in der Tat sich geltend macht. Somit kann ich auch hoffen, daß dieser Versuch, die Wissenschaft dem Begriffe zu vindizieren und sie in diesem ihrem eigentümlichen Elemente darzustellen, sich durch die innere Wahrheit der Sache Eingang zu verschaffen wissen werde. Wir müssen überzeugt sein, daß das Wahre die Natur hat, durchzudringen, wenn seine Zeit gekommen, und daß es nur erscheint, wenn diese gekommen, und deswegen nie zu früh erscheint noch ein unreifes Publikum findet; auch daß das Individuum dieses Effekts bedarf, um das, was noch seine einsame Sache ist, daran sich zu bewähren und die Überzeugung, die nur erst der Besonderheit angehört, als etwas Allgemeines zu erfahren. Hierbei aber ist häufig das Publikum von denen zu unterscheiden, welche sich als seine Repräsentanten und Sprecher betragen. Jenes verhält sich in manchen Rücksichten anders als diese, ja selbst entgegengesetzt. Wenn es gutmütigerweise die Schuld, daß ihm eine philosophische Schrift nicht zusagt, eher auf [66] sich nimmt, so schieben hingegen diese, ihrer Kompetenz gewiß, alle Schuld auf den Schriftsteller. Die Wirkung ist in jenem stiller als das Tun dieser Toten, wenn sie ihre Toten begraben. Wenn jetzt die allgemeine Einsicht überhaupt gebildeter, ihre Neugierde wachsamer und ihr Urteil schneller bestimmt ist, so daß die Füße derer, die dich hinaustragen werden, schon vor der Tür stehen, so ist hiervon oft die langsamere Wirkung zu unterscheiden, welche die Aufmerksamkeit, die durch imponierende Versicherungen erzwungen wurde, sowie den wegwerfenden Tadel berichtigt und einem Teile eine Mitwelt erst in einiger Zeit gibt, während ein anderer nach dieser keine Nachwelt mehr hat.
Conversaciones en Valencia
[El concepto puro; a modo de conclusión: el autor y el público]
[71] Así pues, en cuanto aquello por lo que la ciencia existe, yo lo pongo en el automovimiento del concepto, se diría que las consideraciones que vengo haciendo acerca de que las representaciones de nuestro tiempo·(en los aspectos que he comentado y en otros bien visibles que también podrían comentarse) sobre la naturaleza y la forma de la verdad, no solamente se desvían de ello, sino que son totalmente contrarias a ello, esas consideraciones, digo, que vengo haciendo, no prometen una acogida favorable a esta tentativa mía de exponer el sistema de la ciencia ateniéndome precisamente a esta determinación [es decir, a que aquello por lo que la ciencia existe es el automovimiento del concepto]. Pero, mientras tanto, a mi se me ocurre pensar que si, por ejemplo, a veces se pone lo mejor de la filosofía de Platón en sus mitos, que propiamente carecen de valor científico, también hay épocas (aun cuando en ocasiones se las pueda calificar por otro lado de épocas de visiones algo delirantes) en las que la filosofía aristotélica fue tenida en alta estima a causa de su profundidad especulativa y en las que el Parménides de Platón, que sin duda es la obra más grande de la dialéctica antigua, fue tenida por la verdadera develación y expresión positiva de la vida divina X86X1Creo que se refiere al comentario de Proclo al diálogo de Platón Parménides. e incluso, pese a todas las turbiedades de aquello que el éxtasis generaba, ese malentendido éxtasis no era, en efecto, otra cosa que lo que el puro concepto o el concepto puro debía ser o quería ser X87X,2Quizá esté pensando básicamente en la patrística y en San Agustín, en San Anselmo y en el maestro Eckhart. y se me ocurre además pensar que lo mejor de la filosofía de nuestro tiempo pone también su valor precisamente en la cientificidad y que, aun cuando los demás entiendan esa cientificidad de otra manera, el caso es que, en efecto, sólo a través de ella puede hacerse valer hoy la filosofía X88X.3Vide infra Algunas aclaraciones X88X. Y precisamente por eso me cabe también esperar que esta tentativa mía de reclamar la ciencia al concepto [es decir, de poner aquello por lo que la ciencia existe en el automovimiento del concepto] y de disponer la ciencia en este su peculiar elemento logrará irse introduciendo e imponiendo a causa de la interna verdad de la cosa misma. Tenemos que estar convencidos de que lo verdadero tiene por naturaleza el ser penetrante [es decir, se caracteriza por su capacidad de penetración] cuando ha llegado su momento, y que sólo aparece [sólo hace acto de presencia] cuando ha llegado ese momento y que, por tanto, nunca aparece demasiado pronto ni encuentra un público inmaduro; también [hemos de estar convencidos] de que el individuo necesita de este efecto para acreditarse en aquello que por de pronto empieza siendo sólo un asunto solitario [empieza siendo sólo un asunto suyo] y para poder experimentar como algo general y universal una convicción que por de pronto sólo empieza perteneciendo a su particularidad [sólo empieza siendo asunto particular suyo]. Y a este propósito, con frecuencia hay que distinguir entre el público y aquellos que se consideran sus representantes y sus portavoces X89X.4La distinción entre «opinión pública» y «opinión publicada», que se ha vuelto habitual en la discusión política española, es, pues, una distinción bastante vieja. El público se comporta en muchos aspectos de forma distinta que éstos, e incluso de forma opuesta. Y así, si el público, con benevolencia, suele echarse a sí mismo la culpa de que un escrito filosófico no le diga nada, éstos, en cambio, inseguros de su valía y competencia, echan toda la culpa al autor. El efecto que ese escrito tiene sobre el público suele ser mucho más lento y tranquilo que el frenesí en que entran estos muertos cuando tienen que enterrar a sus muertos. Y si ahora la visión general que el público tiene es más formada, su curiosidad es más despierta y su juicio se precisa con mucha más rapidez, de suerte que ya están a la puerta los pies de quienes han de sacarte a darte sepultura X90X5Alusión a Hechos de los apóstoles, cap. 5, vers. 9. [y por tanto, ésa es una posibilidad en la recepción de la Fenomenología del espíritu, la de que simplemente se la rechace], de esto hay que distinguir a menudo el efecto más lento de que la atención que se ha logrado atraer mediante imponentes afirmaciones [la Fenomenología del espíritu, por tanto, adopta un lenguaje que también trata de llamar la atención] corrija el reproche y rechazo iniciales y conceda a una parte (sólo después de algún tiempo) el vivir en el mismo mundo [es decir, es posible que al menos parte de la Fenomenología del espíritu se reciba y acepte], mientras que para la otra parte, después de ese tiempo, ni siquiera habrá ya un posmundo [es decir, es posible que también otra parte simplemente se olvide].
Algunas aclaraciones
X86X
Creo que se refiere al comentario de Proclo al diálogo de Platón Parménides.
X87X
Quizá esté pensando básicamente en la patrística y en San Agustín, en San Anselmo y en el maestro Eckhart.
X88X
Los referentes de Hegel (o los referentes fundamentales de Hegel) en el presente libro son, pues, el Platón de los diálogos Parménides, Teeteto, El sofista y Filebo; la Metafísica de Aristóteles, el neoplatonismo y la patrística (por más que mencione al medievo); y después lo que representan Descartes, Kant y Fichte en lo que respecta a la «cientificidad». El término ciencia lo utiliza aquí Hegel en el sentido en que Aristóteles utiliza el término episteme, o en el sentido en que Fichte llama a su filosofía teorética Wissenschaftslehre, «doctrina de la ciencia». Falta en este pasaje la referencia al escepticismo tanto antiguo como moderno, básicamente a Sexto Empírico y a Hume, que en el presente libro resultan tan fundamentales como los referentes señalados. El escepticismo antiguo y moderno Hegel los ve en conexión con el Platón aporético de los diálogos Parménides y Teeteto. Es la duda escéptica la que introduce en las determinaciones fijas aquel movimiento en que, conforme a lo que se ha dicho más arriba, consiste la naturaleza del concepto. La referencia al escepticismo se volverá fundamental en la Introducción. Entiendo, por lo demás, que incluso en su artículo de 1801 («Sobre la relación del escepticismo con la filosofía», en G. W. F. Hegel, Werke 2, Francfort, 1970, pág, 213), cuando se refiere un tanto despectivamente a “dieser neueste Skeptizismus” (a este reciente escepticismo) a propósito del libro que va a comentar, Hegel no ha perdido ni mucho menos de vista, sino todo lo contrario, que Hume está a la base de Kant. Hume es para Hegel la representación explícita de «ese escepticismo que implícitamente puede encontrarse a la base de toda genuina filosofía» (pág. 229).
X89X
La distinción entre «opinión pública» y «opinión publicada», que se ha vuelto habitual en la discusión política española, es, pues, una distinción bastante vieja.
X90X
Alusión a Hechos de los apóstoles, cap. 5, vers. 9.
Conversaciones en Madrid
[71] Al poner yo en el automovimiento del concepto aquello por lo que la ciencia existe, podrá parecer que esta consideración de que los aspectos externos que he indicado, y otros más de las representaciones que tiene nuestro tiempo acerca de la naturaleza y figura de la verdad difieren de ese automovimiento, que incluso son totalmente opuestos a él, no le promete una acogida precisamente favorable a un intento de presentar el sistema de la ciencia bajo esa determinación. Puedo pensarme, sin embargo, que, si a veces, por ejemplo, se pone lo más excelente de la filosofía de Platón en sus mitos X*1X,6Vide infra Algunas aclaraciones X*1X. que carecen de valor científico, también ha habido tiempos, que incluso se llaman tiempos de exaltación alucinada, en los que la filosofía aristotélica era estimada por su profundidad especulativa, y en los que al Parménides de Platón, que es, sin duda, la obra maestra de la dialéctica antigua, se lo tenía por el verdadero desvelamiento y la expresión positiva de la vida divina; e incluso, pese a la mucha turbiedad de lo que engendraba el éxtasis, este éxtasis malentendido no debía ser, supuestamente, de hecho, otra cosa que el concepto puro: puedo pensarme, además, que lo que hay de más excelente en la filosofía de nuestro tiempo pone su valor mismo en la cientificidad, y sólo por ella se hace valer, aunque los otros tomen las cosas de otro modo. Puedo tener la esperanza también, entonces, de que este intento de vindicar la ciencia para el concepto y de exponerla en este su elemento peculiar y propio sabrá abrirse paso, en virtud de la verdad interna de la Cosa. Tenemos que estar convencidos de que lo verdadero tiene la naturaleza de irrumpir y prevalecer cuando llega su tiempo, y que sólo hace aparición cuando éste ha llegado; por eso no aparece nunca demasiado pronto, ni encuentra un público inmaduro; también de que el individuo precisa de este efecto para probar y acreditar con él lo que todavía es cosa suya a solas, y para experimentar como algo universal la convicción que, de primeras, pertenecía sólo a la particularidad. A este objeto, con frecuencia hay que distinguir al público de quienes se comportan como sus representantes y portavoces. En algunos respectos, aquél se comporta de manera diferente, e incluso opuesta, a éstos. Mientras que el público tiende, con benevolencia, a cargar sobre sí la culpa de que un escrito filosófico no le diga nada, éstos, seguros de su competencia, echan la culpa al escritor. El efecto sobre el público es más silencioso que la actividad de estos muertos cuando entierran a sus muertos X2*X.7Mateo, 8, 22; Lucas, 9, 60. Si hoy día, lo que es la inteligencia general está más formada, su curiosidad es más atenta y su juicio se define con más rapidez, de modo que los pies de quienes te van a sacar están ya a las puertas X3*X,8Hechos, V, 9. muchas veces hay que distinguir de eso el efecto más lento que corrige y rectifica tanto la atención forzada por aseveraciones intimidatorias como la censura despectiva, efecto que a una de las partes sólo al cabo de un tiempo le otorga un mundo de contemporáneos, mientras que la otra no tiene ninguna posteridad después de este mundo.
Algunas aclaraciones
X*1X
Hegel alude a la recepción de la filosofía platónica y aristotélica en el neoplatonismo y a las críticas con que se juzgaba a los neoplatónicos en las historias de la filosofía de su tiempo. En este punto, se encuentran: 1) la admiración que sentía Fr. Schlegel hacia Platón como poeta; cf. Schlegel, Fr.: Gespräch über die Poesie, en: Athenaum. Eine Zeits schrift von August Wilhelm Schlegel und Friedrich Schlegel, vol. 3. Berlín, 1800, pp. 87, 109; Fragmente, en: Athenaum, vol. I, Berlín, 1780, p. 42; 2) la caracterización del neoplatonismo como exaltación (Schwärmerei); cf. Tiedeman. D.: Geist der spekulativen Philosophie, vol. 3, Marburgo, 1793, 270 y sigs. (Plotino), 521 y sigs. (Proclo); también cf. Hegel: Werke, 4, 207; 3) la recepción de Aristóteles por los neoplatónicos, que Hegel comentará luego en sus Lecciones de Historia de la Filosofía; Hegel: Werke, 15, 10, 36, 67, 93; y 4), lectura de Proclo: cf. Hegel: Werke, 14, 244; 15, 76 y sigs.
X*2X
Mateo, 8, 22; Lucas, 9, 60.
X*3X
Hechos, V, 9.
Conversations in Washington
[71] [71]9We kept the numeration given by the editor in the printed edition While I have posited that science exists as a result of the self-movement of the concept, and while my way of looking at all the aspects of this diverges from current ideas10Vorstellungen about the nature and shape of truth – all of which are in fact quite opposed to my own views (and not only the ones I have cited but others as well) – there does not seem to be much promise at all that an attempt to expound the system of science according to the characterization I have given of it will be received favorably. In the meantime, I can bear in mind that, for example, the excellence of Plato’s philosophy has sometimes been said to lie in his scientifically valueless myths, and there have also been times, which have even been called times of religious enthusiasm11Schwärmerei, in which the Aristotelian philosophy was esteemed for the sake of its speculative depth and when Plato’s Parmenides, perhaps the greatest work of art of the ancient dialectic, has been taken to be the true disclosure and the positive expression of the divine life. There have even been times when there was a great deal of obscurity created by ecstasy, and this misunderstood ecstasy was in fact supposed to be nothing but the pure concept itself. – Furthermore, what is excellent about the philosophy of our time is that it has posited that its very value lies in scientific rigor itself. And even though others take a different view, it is only through its scientific rigor that the philosophy of our time has in fact begun to make itself felt. I can thereby also hope that this attempt to vindicate science’s right to the concept and to expound science in this, its own distinctive element, will know how to force its way through the crowd by way of the inner truth of what is at stake. We must hold on to the conviction that it is the nature of truth to prevail when its time has come, and that it only appears when its time has come, and that it thus never appears too early nor does it appear for a public not yet ripe enough to receive it. We must also hold on to the conviction that the individual requires this effect in order to confirm for himself what is as yet for him still only his own solitary affair and in order for him to experience as universal what is initially only something particular to him. However, on these occasions, the public should often be distinguished from those who conduct themselves as its representatives and spokesmen. The public conducts itself in many respects quite differently from the latter, indeed in some ways even as opposed to them. However much the public will good-naturedly put the blame upon itself when a philosophical work does not quite appeal to it, still these representatives, so convinced of their own authority in the matter, will put all the blame instead on the authors. The work’s effect on the public is more silent than the acts of these “dead burying their dead.”12See Matthew 8:22 However much the general level of insight is on the whole nowadays more highly cultivated, and the public’s curiosity more wakeful, and however much its judgment more swiftly determined, still “the feet of them that shall carry thee out are already at the door,”13See Acts 5:9 and thus such a matter needs to be distinguished from a more gradual effect which rectifies the attention extorted by those imposing assurances and their dismissive acts of censure. After a while, some are thus provided with a world of their own, whereas for some others, after a certain period of time, there is simply no posterity at all.
Conversaciones en el Atrium
EN CONSTRVCCION
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