Gespräche in der Dämmerung 00667
Parte de:
C. (BB) El espíritu [C. (BB) Der Geist] / Capítulo VI: El espíritu [VI. Der Geist] / C. El espíritu seguro de sí mismo. La moralidad [C. Der seiner selbst gewisse Geist. Die Moralität] / c. La conciencia moral [Gewissen], y el alma bella, el mal y su perdón [c. Das Gewissen. Die schöne Seele, das Böse und seine Verzeihung]
[La conciencia enjuiciadora o «alma bella» como corazón duro; la suprema crispación del espíritu o el ethos posrevolucionario como espíritu crispado; el pecado contra el espíritu; la escena del empecinamiento unilateral y del no-perdón de lo imperdonable]
Tabla de contenidos
Gespräche in Jena
[667] Allein auf das Eingeständnis des Bösen: Ich bin’s, erfolgt nicht diese Erwiderung des gleichen Geständnisses. So war es mit jenem Urteilen nicht gemeint; im Gegenteil! Es stößt diese Gemeinschaft von sich und ist das harte Herz, das für sich ist und die Kontinuität mit dem Anderen verwirft. – Hierdurch kehrt sich die Szene um. Dasjenige, das sich bekannte, sieht sich zurückgestoßen und das Andere im Unrecht, welches das Heraustreten seines Innern in das Dasein der Rede verweigert und dem Bösen die Schönheit seiner Seele, dem Bekenntnisse aber den steifen Nacken des sich gleichbleibenden Charakters und die Stummheit, sich in sich zu behalten und sich nicht gegen einen anderen wegzuwerfen, entgegensetzt. Es ist hier die höchste Empörung des seiner selbst gewissen Geistes gesetzt; denn er schaut sich als dieses einfache Wissen des Selbsts im Anderen an, und zwar so, daß auch die äußere Gestalt dieses Anderen nicht wie im Reichtume das Wesenlose, nicht ein Ding ist, sondern es ist der Gedanke, das Wissen selbst, was ihm entgegengehalten [wird], es ist diese absolut flüssige Kontinuität des reinen Wissens, die sich verweigert, ihre Mitteilung mit Ihm zu setzen – mit ihm, der schon in seinem Bekenntnisse dem abgesonderten Fürsichsein entsagte und sich als aufgehobene Besonderheit und hierdurch als die Kontinuität mit dem Anderen, [490] als Allgemeines setzte. Das Andere aber behält an ihm selbst sich sein sich nicht mitteilendes Fürsichsein bevor; an dem Bekennenden behält es eben dasselbe, was aber von diesem schon abgeworfen ist. Es zeigt sich dadurch als das geistverlassene und den Geist verleugnende Bewußtsein, denn es erkennt nicht, daß der Geist in der absoluten Gewißheit seiner selbst über alle Tat und Wirklichkeit Meister [ist] und sie abwerfen und ungeschehen machen kann. Zugleich erkennt es nicht den Widerspruch, den es begeht, die Abwertung, die in der Rede geschehen ist, nicht für das wahre Abwerfen gelten zu lassen, während es selbst die Gewißheit seines Geistes nicht in einer wirklichen Handlung, sondern in seinem Innern und dessen Dasein in der Rede seines Urteils hat. Es ist es also selbst, das die Rückkehr des Anderen aus der Tat in das geistige Dasein der Rede und in die Gleichheit des Geistes hemmt und durch diese Härte die Ungleichheit hervorbringt, welche noch vorhanden ist.
Conversaciones en Valencia
[La conciencia enjuiciadora o «alma bella» como corazón duro; la suprema crispación del espíritu o el ethos posrevolucionario como espíritu crispado; el pecado contra el espíritu; la escena del empecinamiento unilateral y del no-perdón de lo imperdonable]
[667]1Epígrafe: La conciencia enjuiciadora o «alma bella» como corazón duro; la suprema crispación del espíritu o el ethos posrevolucionario como espíritu crispado; el pecado contra el espíritu; la escena del empecinamiento unilateral y del no-perdón de lo imperdonable. X291X2Nota al epígrafe: Lo perdonable, es decir, los «pecados veniales», es efectivamente fácil de perdonar y podemos pasarlo aquí por alto. Sólo que a la confesión del malo [o del mal]: lo soy [soy malo], no sigue ni mucho menos como réplica una igual confesión. Pues no era ni mucho menos eso lo que se quería decir [lo que el enjuiciante quería decir] con aquel juicio, lo que se quería hacer con aquel enjuiciar; al contrario, aquel juicio, aquel enjuiciar, excluía de sí tal comunidad, y es el corazón duro, que es para sí [que se cierra sobre sí] y que rechaza [no quiere saber nada de] la continuidad con el otro [de la continuidad del nosotros]. — Y con ello se invierte la escena. Pues quien se confesó, se ve rechazado [recibe un puntapié], y el otro queda en la injusticia que consiste en negarse a que su interior salga a la existencia [y cobre la universalidad] que representa el habla, y [en la injusticia que consiste] en oponer al malo la belleza de su alma [la belleza de alma de la conciencia enjuiciadora], pero que también [consiste] en oponer a la confesión del otro la dura cerviz de un carácter rígida y tiesamente igual a sí mismo y el mutismo de quedarse en sí, es decir, de retenerse y guardarse a sí en sí mismo y de no desprenderse de sí y no volverse al otro y entregarse al otro. Queda puesta así la suprema crispación del espíritu seguro de sí mismo [del enjuiciado]; pues el espíritu [el enjuiciado] se mira aquí en el otro [en el enjuiciante] en cuanto [siendo ese otro] este simple saber del self, y, por cierto, de suerte que incluso la figura o forma externa de ese otro [el lenguaje, el enjuiciamiento], a diferencia de lo que sucedía en la riqueza, no es lo carente de esencia, no es simplemente una cosa, sino que es el pensamiento, el saber mismo, lo que al espíritu le queda enfrente [y en ello se mira, y en ello se ve], y es precisamente esta continuidad absolutamente fluida del puro saber la que se niega, sin embargo, a establecer su comunicación con el espíritu [a sentar su participación con él], con él [con el enjuiciado], que ya con su confesión ha renunciado al ser-para-sí separado, autoexcluido, y se ha puesto a sí como particularidad [Besonderheit] suprimida y superada, y, por tanto, como continuidad con el otro, como lo universal. El otro [el enjuiciante], en cambio, empieza ya de antemano reteniendo y exhibiendo en sí ese su no comunicativo ser-para-sí; y a quien ha efectuado la confesión, ese otro [el enjuiciante] [que no la acepta] le sigue colgando [es decir, sigue reteniendo en él, en el enjuiciado] aquello mismo que éste [el enjuiciado], [que hizo la confesión], en cambio, se ha sacudido ya, que éste ha arrojado ya de sí. Con lo cual [quien rehúsa volverse al se-confesante] se muestra como la conciencia abandonada por el espíritu y como la conciencia negadora del espíritu, pues esa conciencia no se percata de que el espíritu, en la absoluta certeza de sí mismo, es señor de todo acto [de toda acción] y de toda realidad y puede sacudírselas y convertirlas en no-hechas, en no-sucedidas X292X.3Vide infra Algunas aclaraciones X292X. A la vez [esa conciencia, la enjuiciante] no se da cuenta de la contradicción en que está incurriendo al no tener por verdadero y genuino sacudimiento y rechazo el que ha sucedido en el habla [en la confesión], cuando resulta que esa conciencia misma [la que se niega a tener ese rechazo por genuino] tiene la certeza de su espíritu, no en la acción real, sino en su interior, y la existencia de ese interior la tiene en el hablar y explicarse, en que consiste su juicio. Es, por tanto, ella la que impide que el otro retorne de la acción o del acto a la existencia espiritual del hablar y del explicarse, [la que impide que el otro retorne] a la igualdad del espíritu, y es ella la que mediante tal dureza suscita la desigualdad que todavía sigue en pie.
Algunas aclaraciones
X291X
Lo perdonable, es decir, los «pecados veniales», es efectivamente fácil de perdonar y podemos pasarlo aquí por alto.
X292X
El «pecado contra el Espíritu Santo», el pecado contra el espíritu, es para Hegel el no-perdón. Repare el lector en que la afirmación que acaba de hacer el autor es una de las afirmaciones de más alcance en toda la Fenomenología del espíritu, el espíritu es por su propia naturaleza la resolución del «problema de la teodicea», la naturaleza del espíritu implica el haberse enfrentado de antemano éste al Kalvarienberg des Gewesenen (el calvario de lo sido, el calvario de lo irreparable, cfr. nota X279X —en 00654—) y haberlo cancelado. A esta afirmación de Hegel objetaba Levinas que perdón es siempre y sólo «el perdón que otorga cada cual» y el perdón que otorga cada cual difícilmente puede tener el alcance que Hegel atribuye aquí al perdón como perteneciendo a la naturaleza del espíritu. Pero la verdad es que en el nivel del Gewissen el perdón de que habla Hegel sólo puede ser también el que otorga cada cual; esto es, por lo demás, lo que Hegel está describiendo.
Conversaciones en Madrid
[667] Mas a esta confesión del mal: yo he sido, no sigue la réplica de una confesión igual. No era eso lo que se pretendía con aquella práctica de juzgar; ¡al contrario! El juzgar repudia esa comunidad, y es el corazón duro que es para sí y rechaza la continuidad con el otro. — Con lo cual, la escena se invierte. La conciencia que se confesaba se ve rechazada, y ve en la otra la injusticia de negarse a salir desde su interior a la existencia del discurso, y de contraponer al mal la belleza de su alma mientras contesta a la confesión con la cerviz tiesa del carácter que se mantiene igual a sí y el mutismo de mantenerse dentro de sí y no humillarse el otro. Lo que aquí se pone es la más alta sublevación del espíritu cierto de sí mismo; pues el espíritu se contempla como este saber simple del sí-mismo en el otro, y por cierto, de tal manera que la figura externa de este otro tampoco es, como en la riqueza, algo carente de esencia, no es una cosa, sino que es el pensamiento, el saber mismo lo que se le mantiene contrapuesto, es esta continuidad absolutamente fluida del saber puro que rehúsa establecer su comunicación con él: con él, que ya en su confesión renunciaba al ser separado para sí, y se ponía como particularidad cancelada y por consiguiente, como la continuidad con lo otro, como universal. Pero lo otro, la conciencia que condena, se reserva en ella su ser-para-sí que no se comunica; en el que se confiesa conserva justo lo mismo, pero que éste ya ha desechado de sí. Se muestra, de este modo, como la conciencia abandonada por el espíritu y que lo niega, pues no reconoce que el espíritu, en la certeza absoluta de sí mismo, es dueño y maestro de todo acto y de toda realidad efectiva, puede rechazar ésta y hacer que no haya ocurrido. Al mismo tiempo, la conciencia que condena no conoce la contradicción en la que incurre, al no dejar que el rechazo que ha ocurrido en el discurso valga como rechazo verdadero, mientras que ella misma tiene la certeza de su espíritu, no en una acción efectiva, sino en su interior, y tiene su existencia en el discurso de su juicio condenatorio. Es, pues, ella misma la que frena el regreso del otro desde el acto a la existencia espiritual del discurso y a la igualdad del espíritu, y por medio de esta dureza produce la desigualdad que todavía está presente.
Conversations in Washington
[667] [667]4We kept the numeration given by the editor in the printed edition But following on the admission of the one who is evil – I am he – there is no reciprocation of an equal confession. This was not what was meant by the judgment, no, quite the contrary! The judging consciousness repels this community from itself and is the hard heart which is for itself and which rejects any continuity with the other. – The scene is hereby reversed. The one who confessed sees himself repulsed and sees the other as in the wrong, sees the other as somebody who refuses his own inwardness making the step into the existence of speech and as somebody who contrasts the beauty of his own soul to the soul of the one who is evil. He sees the judging consciousness as somebody who sets his own stiff-necked self-consistent character in opposition to the confessing consciousness, and he sees the utter silence of someone who keeps himself locked up within himself, who refuses to be cast aside vis-à-vis an other. What is posited here is the highest indignation of the spirit certain of itself, for, as this simple knowing of the self, this spirit intuits itself in others, namely, it does so in such a way that the external shape of this other is not, as it was in material wealth, the essenceless itself, not a thing. On the contrary, it is thought, knowing itself which is contrasted with that spirit; it is this absolutely fluid continuity of pure knowing which refuses to put itself into communication with him – with him, who in his confession had already renounced his separate being-for-itself and had posited himself as sublated particularity and thereby posited himself in continuity with the other, posited himself as the universal. But the other retains in its own self its non-communicative being-for-itself; in the one confessing, it retains just the same non-communicative being-for-itself, which the latter has already cast off. In that way, the hard heart shows itself to be the consciousness forsaken by spirit, the consciousness denying spirit, for it does not recognize5erkennt that in its absolute certainty of itself, spirit has a mastery over every deed and over all actuality, and that spirit can discard them and make them into something that never happened. At the same time, the hard heart does not recognize6erkennt the contradiction it commits when it does not let the discarding that took place in speech be the true discarding, whereas it itself has the certainty of its spirit not in an actual action but in its innerness and has its existence in the speech in which its judgment is phrased. It is therefore just the hard heart itself which is putting obstacles in the way of the other’s return from the deed into the spiritual existence of speech and into the equality of spirit, and through its hardness of heart, it engenders the inequality which is still present.
Conversaciones en el Atrium
EN CONSTRVCCION
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