Gespräche in der Dämmerung 00672

C. (CC.) Die Religion / C. (CC.) La religión

VII. Die Religion / VII: La Religión

 

[Conciencia del Ser absoluto; repaso de las figuras anteriores; el self consciente de sí mismo en cuanto destino de la esencialidad y de la realidad]

Gespräche in Jena

[672] In den bisherigen Gestaltungen, die sich im allgemeinen als Bewußtsein, Selbstbewußtsein, Vernunft und Geist unterscheiden, ist zwar auch die Religion als Bewußtsein des absoluten Wesens überhaupt vorgekommen, – allein vom Standpunkte des Bewußtseins aus, das sich des absoluten Wesens bewußt ist; nicht aber ist das absolute Wesen an und für sich selbst, nicht das Selbstbewußtsein des Geistes in jenen Formen erschienen.

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VII. La Religión

[Conciencia del Ser absoluto; repaso de las figuras anteriores; el self consciente de sí mismo en cuanto destino de la esencialidad y de la realidad]

[672]1Epígrafe: Conciencia del Ser absoluto; repaso de las figuras anteriores; el self consciente de sí mismo en cuanto destino de la esencialidad y de la realidad. X1X2Nota al título del capítulo: Vide infra Algunas aclaraciones X1X. X2X3Hegel no colocó ningún epígrafe en esta parte. En las figuras [o configuraciones] que hemos considerado hasta aquí, y que en términos generales se distinguen como conciencia [caps. I-III], autoconciencia [cap. IV], razón [cap. V] y espíritu [cap. VI], nos ha aparecido, ciertamente, también la religión como conciencia del ser absoluto [absolutes Wesen] en general; sólo que ello ha sido desde el punto de vista de la conciencia que es consciente del Ser absoluto X3X;4 pero en aquellas formas no nos ha aparecido el ser absoluto en y para sí, no nos ha aparecido la autoconciencia del espíritu X4X.5Vide infra Algunas aclaraciones X4X.

Algunas aclaraciones

X1X

Conforme a las formulaciones empleadas por el autor en el cap. VI, C, la «moralidad» significaba que el ser que la autoconciencia encierra le es a ésta transparentemente ahí como el ser perfecto y completo; tras la crítica de la cosmovisión moral, en la figura del Gewissen el saber de la autoconciencia le es a ésta su propio ser absoluto; en la doble conciencia (la confesante y la enjuiciadora) de la figura del Gewissen, la autoconciencia, precisamente en lo otro de ella, tiene la certeza de sí misma como siendo esa certeza el ser absoluto, «se trata del Dios apareciente en medio de ellos que se saben como puro saber», se trata, por tanto, de la Erscheinung Gottes, del erscheinender Gott, se trata del fenómeno de Dios, de la aparición de Dios, del Dios apareciente, mitten in ihnen, en medio de ellos, apareciente en la comunidad de autoconciencias como el ser absoluto de la autoconciencia, se trata del Dios apareciente como siendo Dios la autoconciencia en este su carácter comunitario.

Con esto nos viene introducido el tema del cap. VII. La religión es la conciencia del ser Absoluto, entendido como autoconciencia, y ello en el seno de la comunidad de fe y de culto. Es, por tanto, ahora —dice Hegel— cuando hemos dado con el tema de la religión, con el Absoluto que es autoconciencia, pero ahora en y para sí, o en y por sí. Pues en el cap. VI, B, I, b, sólo habíamos dado con ello como objeto de la fe. Lo que allí era el objeto de la fe lo tenemos ahora en y por sí.

Diríase entonces que el presente cap. VII es un capítulo superfluo, si ya de antemano estamos al final de él. Pero para Hegel no lo es. No lo es porque, pese a que lo que acabamos de obtener es también resultado final de la crítica ilustrada de la fe (e incluso el resultado de la crítica de la fe moral de Kant), sigue en pie la situación del cap. VI, B, II, conforme a la que la Ilustración no conseguía entenderse a sí misma como concepto de la fe, de ahí que acabase entendiendo el Absoluto como la abstracción del être suprême, o como la Materia, o cosas así, es decir, metiendo dentro de sí representaciones típicas de la fe, pese a su apariencia de contradictorias con la fe; es decir, sustituyendo una fe por otra fe, y, por tanto, sustituyendo la fe por la misma fe, es decir, sustituyendo a la fe por el teísmo o por el ateísmo. Y a su vez, la fe no lograba ver en la Ilustración el concepto de sí misma; la fe se atenía a su carácter de representación, y sólo podía ver en la Ilustración la negación de ese su carácter, pero no el concepto de lo que en esa representación se encierra, y con toda razón en las representaciones que la Ilustración introducía sólo podía ver tonterías.

El presente cap. VII y el cap. VIII quieren ser el cierre de esa disputa, en la que, si se miran bien las cosas, ha consistido lo principal del cap. VI del libro o de importantes partes de él. Las representaciones de la religión revelada muestran al Ser absoluto como negándose y convirtiéndose él en autoconciencia, muestran al Ser absoluto revelándose pero hasta el punto de hacerse él mismo autoconciencia, de hacerse él mismo hombre. Esa religión da, pues, en el centro de la razón. Y a su vez la autoconciencia moderna, tal como (en lo que respecta a su ser base incondicionada) se muestra en el la «Dialéctica trascendental» de la Crítica de la razón pura de Kant, sólo llega a darse genuinamente alcance en lo que ella es cuando se entiende como el concepto de esa representación de la religión revelada (sin buscar arrimo en representaciones que se pierden en la niebla, como ocurre con la fe moral de Kant). Y Hegel parece sugerir que sólo por esta vía logra la autoconciencia moderna sacudirse las nieblas de la representación (de las representaciones de la fe, de las representaciones de la Ilustración y de las representaciones de la cosmovisión moral) y reparando en sí (Erinnerung) logra entrar en el terreno del concepto (en la ciencia, cap. VIII), hacerse concepto del concepto, hacerse concepto de la reine Einsicht, es decir, consumar lo que en definitiva quedó abierto en el cap. VI, B y en el cap. VI, C.

Permítaseme que añada que si el lector no está dispuesto tanto a entregarse libremente a la especulación teológica como a cuestionarse radicalmente las representaciones religiosas, lo va a pasar mal en la lectura del presente capítulo, o quizá «no le dará importancia» cuando para Hegel la tiene decisiva, como he dicho.

Esto en lo que se refiere al sentido global del presente cap. VII. Pero entrando ya en alguno de los temas del cap. VII, C, hay dos de especial interés.

El primero es el tema del mal, que hay que ver en conexión con el tema del perdón del cap. VI, C; c. Precisamente el hombre-Dios que se ha convertido en destino de toda esencialidad y de toda realidad, con quien se ve en tal desierto de sentido es con el diablo. Precisamente el hombre-Dios se ve expuesto (como a su tentación más íntima) a la versión más radical del mal, al «mal radical». Ya Jesús se vio tentado a ello por el demonio, a ponerse en lugar de Dios. El hombre Dios lleva ya en sí como ingrediente suyo la versión más radical posible de la condición de «hijo de la ira». En la segunda carta de San Pablo a los tesalonicenses (cap. 2) se dice: «A propósito de la venida de nuestro Señor, que nadie en modo alguno os desoriente; primero tiene que llegar la apostasía y aparecer la impiedad en persona, el hombre destinado a la ruina, el que se enfrentará y se pondrá por encima de todo lo que se llama Dios o es objeto de culto, hasta instalarse en le templo de Dios proclamándose él mismo Dios […] Esta impiedad está ya en acción; apenas se quite de en medio el que por el momento lo frena, aparecerá el impío, a quien el Señor Jesús destruirá con el aliento de su boca y aniquilará con el esplendor de su venida». Pero se diría que no está claro que este Jesús que «destruye con el aliento de su boca y aniquila con el esplendor de su venida», no sea precisamente el Jesús tentado por el demonio en el «desierto de todo sentido», manifestándose precisamente como sucumbiendo a la tentación. En todo caso (Hegel lo va a repetir varias veces en el cap. VII, C) la «verdad que salva» (íbid.), es decir, la verdad de que la autoconciencia es Dios mismo porque Dios mismo se ha hecho autoconciencia, por más cerca que esa verdad quede de lo más radical del mal, por más que incluso en definitiva no sea quizá ella misma otra cosa que el mal radical, no es lo mismo que el mal. Que el bien y el mal son lo mismo, pero que, por supuesto, no son lo mismo, es decir, la tensión entre la autoconciencia que desde el principio tuvo la certeza de ser Dios y de ser como Dios (Luzbel) y el Dios que se hace autoconciencia y muere en la cruz como signo del perdón del pecado original de la autoconciencia de haber inexorablemente querido ser como Dios, no pudiendo en definitiva querer otra cosa, esa tensión es lo que Hegel trata de entender en el cap. VII C, barruntando que en esa tensión, en estas representaciones, tienen que contenerse claves de la condición humana ilustrada moderna. El hombre-Dios en el que se encuentra convertido el hombre como resultado de haberse hecho Dios hombre, es para el teólogo Hegel el Dios del «perdón de los pecados»; frente al pecado original del hombre de quererse hacer igual a Dios que lo convierte en «hijo de la ira» no pudiendo el hombre (como condición para estar a la altura de sí mismo) querer otra cosa. En esto Hegel es fiel discípulo de Lutero. Pues también Lutero ve en este dilema, compuesto de dos extremos que, sin embargo, se diría que son idénticos, la clave de la autocomprensión de la existencia humana, que él introduce.

El segundo tema que llama la atención es el tema mismo de las representaciones del Ser absoluto. Hegel, como digo, es un fiel discípulo de Lutero, pero en esto lo es y no lo es.

Lo es y no lo es en un primer aspecto. En el cap. VI, C, c, tenemos el propio saber de la autoconciencia que le es a ésta su Ser absoluto, como consistiendo ese Ser absoluto en «la cosa misma» suya, en obra suya. En el cap. VII, C, tenemos a ese Ser absoluto del cap. VI, C, c, como el Dios apareciente, figurado en la palabra y en el cántico de la comunidad de fe, fundada por el Dios-hombre muerto y espiritualmente resucitado, en la que ese Absoluto se es presente. Y por fin, en el cap. VIII tenemos el concepto de esa representación, y por tanto, el concepto del cap. VI, C, c sabiéndose definitivamente como concepto. Pues bien, si tenemos esas tres cosas, resulta que entonces los principios de la política, los principios de la religión y los principios de la filosofía coinciden. Es la idea de Hegel en el parágrafo 552 de la Enciclopedia de las ciencias filosóficas. Buena parte de los ingredientes de las premisas son protestantes, pero la conclusión (la coincidencia de política, religión y filosofía), ciertamente, no lo es. Se diría más bien «católica». Ésta es por lo demás la situación en el todo el idealismo alemán, e incluso quizá ya en Kant (depende de cómo se interprete el «tener por verdadero» de la «fe moral» kantiana).

Pero hay un segundo aspecto de esta cuestión, el concerniente a la representación como tal. Me parece que, pese a su radicalidad luterana, o incluso quizá por su radicalidad luterana, Hegel, como le sucedió a Aristóteles, acaba haciéndose cada vez «más amante de los mitos». Es decir, me parece que Hegel (el teólogo Hegel) tiene también un punto de «católico» ilustrado y escéptico. Como indicaré más abajo, Hegel en definitiva parece haber desesperado de que de hecho la autoconciencia llegue a darse conceptualmente alcance a sí misma en su carácter absoluto, por lo menos por término medio y con carácter general.

Es decir, ya los exigentes supuestos de la mentalidad que representa el Gewissen quizá sólo puedan ser generalizables por la vía de convertirse en los supuestos mecánicos de un cosmos más bien cosificado, como pensaba Max Weber dramatizando un tanto tal situación al final de su La ética protestante y el espíritu del capitalismo, pero Hegel les supone el apoyo de la representación, el apoyo de la comunidad de fe protestante. Y en todo caso Hegel duda no sólo de que la ciencia (cap. VII) pueda ser posible sin el elemento de la representación (cap. VII, C), sino también de que la ciencia (cap. VIII) vaya a ser de veras generalizable (la difusión de la reine Einsicht es uno de los supuestos y una de las exigencias más básicas de la conciencia ilustrada moderna, de la autoconciencia moderna en cuanto ilustrada).

Eso significa que en la medida en que la ciencia no resulte ser generalizable (o en el mientras-tanto de su difusión), la conciencia retrocede y se atiene a la representación, pero a una representación ya «desmitologizada», ya desacreditada por la ciencia. El resultado es el retroceso al inconsistente y caótico mundo de «representaciones» (de procedencia cristiana o de cualquier otra procedencia), es decir, de cualesquieras representaciones y figuraciones del ser absoluto de la autoconciencia, que Hegel criticaba al final del cap. II.

Por otro lado, si en el conjunto del cap. VII y el cap. VIII el punto más importante es el del tránsito de la representación al concepto, es decir, el tránsito del cap. VII al cap. VIII, entonces ese tránsito ha de entenderse como una repetición del tránsito del cap. II, al cap. III, del tránsito desde las representaciones perceptivas al concepto, desde la cosa de la percepción al concepto del entendimiento.

X2X

Hegel no colocó ningún epígrafe en esta parte.

X3X

Sólo nos ha aparecido el Ser absoluto como siendo este Ser absoluto un objeto para la conciencia, pero no la conciencia en su carácter de Ser incondicionado, de Ser absoluto, lo cual sólo ha sucedido en el cap. VI, C, c.

X4X

No ha aparecido Dios mismo en el revelarse de éste, en el revelarse de Dios. Con ello sólo nos hemos encontrado en el cap. VI, C, c, y de ello se trata en el presente capítulo; se trata de la fenomenología del Ser absoluto, una vez que éste se nos muestra revelado, y, como parte de ella, del hacerse Dios hombre y de cómo la muerte del hombre-Dios significa el «perdón de los pecados», la reconciliación de Dios con el mal. En esta fenomenología, el elemento representativo (Dios, el hacerse Dios hombre, el hombre-Dios aceptando la muerte resultado del pecado, la resurrección, la comunidad de espíritu) habrá de resolverse en el elemento conceptual o habrá de revelar su sentido conceptual.

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VII. La Religión

[672] En las configuraciones habidas hasta aquí, que se diferencian, de manera general, como conciencia, autoconciencia, razón y espíritu, también nos hemos encontrado con la religión, ciertamente, como conciencia de la esencia absoluta; mas sólo desde el punto de vista de la conciencia que es consciente de la esencia absoluta; pero no ha aparecido la esencia absoluta en y para sí misma, ni la autoconciencia del espíritu en esa forma.

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VII. Religion

[672] [672]6We kept the numeration given by the editor in the printed edition In the previous shapes, which broadly differentiated themselves into consciousness, self-consciousness, reason, and spirit, there is something else which has also come forth, namely, religion as the consciousness of absolute essence, yet it was to be found there only according to the standpoint of consciousness that is aware of the absolute essence. However, the absolute essence in and for itself, the self-consciousness of spirit, has not appeared in those forms.

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