Gespräche in der Dämmerung 00409
Parte de:
C. (AA.) Razón [C. (AA.) Vernunft] / V: Certeza y verdad de la razón [V. Gewißheit und Wahrheit der Vernunft] / C. La individualidad que se es real en y para sí misma [C. Die Individualität, welche sich an und für sich selbst reell ist] / a. El reino animal del espíritu y el engaño, o también: la cosa misma [a. Das geistige Tierreich und der Betrug oder die Sache selbst]
[«La cosa misma» como unidad de la universalidad del ser y la universalidad del hacer]
Tabla de contenidos
Gespräche in Jena
[409] Die Sache selbst ist diesen Momenten nur insofern entgegengesetzt, als sie isoliert gelten sollen, ist aber wesentlich als Durchdringung der Wirklichkeit und der Individualität die Einheit derselben; ebensowohl ein Tun und als Tun reines Tun überhaupt, damit ebensosehr Tun dieses Individuums, und dies Tun als ihm noch angehörig im Gegensatze gegen die Wirklichkeit, als Zweck; ebenso ist sie der Übergang aus dieser Bestimmtheit in die entgegengesetzte, und endlich eine Wirklichkeit, welche für das Bewußtsein vorhanden ist. Die Sache selbst drückt hiermit die geistige Wesenheit aus, worin alle diese Momente aufgehoben sind als für sich geltende, also nur als allgemeine gelten, und worin dem Bewußtsein seine Gewißheit von sich selbst gegenständliches Wesen, eine Sache, ist; der aus dem Selbstbewußtsein als der seinige herausgeborene Gegenstand, ohne aufzuhören, freier eigentlicher Gegenstand zu sein. – Das Ding der sinnlichen Gewißheit und des Wahrnehmens hat nun für das Selbstbewußtsein allein seine Bedeutung durch es; hierauf beruht der Unterschied eines Dings und einer Sache. – Es wird eine der sinnlichen Gewißheit und Wahrnehmung entsprechende Bewegung daran durchlaufen.

Conversaciones en Valencia
[«La cosa misma» como unidad de la universalidad del ser y la universalidad del hacer]
[409]1Epígrafe: «La cosa misma» como unidad de la universalidad del ser y la universalidad del hacer. La cosa misma [die Sache selbst] sólo se contrapone a esos momentos [las circunstancias, los medios, la realidad] si esos momentos hubieran de considerarse aislados, pero esencialmente la cosa misma, en cuanto compenetración o interpenetración de realidad e individualidad, es la unidad de esos momentos [de los momentos mencionados, es decir, de la acción individual, las circunstancias, los medios y la realidad]; [la cosa misma] es asimismo un hacer, puro hacer en general, y, por tanto, también un hacer de este individuo, y ese hacer como algo que todavía le pertenece a él en contraposición con la realidad, es decir, como fin; igualmente, la cosa misma es el tránsito desde esta determinidad [la que se acaba de describir] a la contrapuesta; y, finalmente, la cosa misma es una realidad que está ahí presente [que está ahí delante] para la conciencia. La cosa misma expresa, por tanto, la esencialidad o ser o elemento espiritual en el que todos estos momentos quedan suprimidos y superados y, por tanto, sólo valen como universales, y en la que a la conciencia la certeza de sí misma le es un ser objetivo, un ser objetual, una cosa, una Sache; el objeto que, por decirlo así, le sale y le nace a la autoconciencia como el suyo, pero sin cesar de ser un objeto libre [que funcione él por su cuenta], de ser propiamente objeto. — La cosa [Ding] de la certeza sensible y de la percepción no tiene ahora [en el punto a que hemos llegado] para la autoconciencia otro significado que el que cobra a través de la autoconciencia; y es aquí donde descansa la diferencia entre Ding y Sache, entre una cosa [Ding] [la cosa de la percepción] y una cosa [Sache] [«Ésta es la cosa», «Éste es el asunto»], entre una cosa [esta cosa de aquí, esta mesa, por ejemplo] y un asunto [ésta es la cosa, éste es el asunto] [o si se quiere también: entre ousía y pragma] X262X.2La verdad es que, como ya he indicado, pese a que a lo largo del texto el autor ha venido utilizando los términos Ding y Sache más bien en el sentido en que aquí los explica (véase la cosa de la percepción en el cap. II, titulado: Die Wahrnehmung oder das Ding und die Täuschung [La percepción; o la cosa y la equivocación], no siempre se ha atenido a esta estipulación. [Recuérdese lo dicho en nota X30X en 00156 en cap. III]. — Y la autoconciencia habrá de recorrer [también] aquí [respecto a la cosa, Sache, como contrapuesta a la cosa, Ding] un movimiento correspondiente al de la certeza sensible y al de la percepción X263X.3Vide infra Algunas aclaraciones X263X.
Algunas aclaraciones
X262X
La verdad es que, como ya he indicado, pese a que a lo largo del texto el autor ha venido utilizando los términos Ding y Sache más bien en el sentido en que aquí los explica (véase la cosa de la percepción en el cap. II, titulado: Die Wahrnehmung oder das Ding und die Täuschung [La percepción; o la cosa y la equivocación], no siempre se ha atenido a esta estipulación. [Recuérdese lo dicho en nota X30X en 00156 en cap. III].
X263X
Es decir, respecto a la cosa misma (Sache selbst) se repetirá un movimiento análogo al implicado por la cosa (Ding) de la percepción, es decir, un movimiento análogo al descrito en los caps. I, II, III, en los que del esto de la certeza sensible, pasábamos a la cosa de la percepción y al universal incondicionado del entendimiento. El resultado de ese movimiento era allí que la conciencia, en aquello que ella acababa teniendo delante, no se tenía sino a sí misma. Era la autoconciencia. Ahora la autoconciencia en aquello que tiene delante no va a ver sino su propio mundo que, en su ser-otro que ella, contiene para ella incluso lo que para ella son sus propios referentes últimos.
Respecto al nivel en que estamos, el que representa la figura de «la cosa misma» al cual se nos están reduciendo las figuras anteriores y con base en la cual se va a introducir el concepto de espíritu (cap. VI), conviene añadir algo más poniéndola en relación con nosotros.
Voy a hacerlo con palabras distintas de las de Hegel.
En el cap. I el esto sensible se nos convertía en universal. En el cap. II el universal condicionado de la percepción se nos convertía en universal incondicionado. Éste, entendido como objeto, era la fuerza. Y desarrollando el concepto de fuerza (no sin inspirarnos en las nociones de interior y exterior de Leibniz) teníamos que toda realidad no era sino siendo lo otro de sí misma: era el concepto mismo como objeto (cap. III). Tenía que haber un nivel en que la conciencia se reconociera como ese objeto que tiene delante; es la autoconciencia (cap. IV).
Y considerado el desenvolvimiento de la autoconciencia hasta la figura de la «conciencia desgraciada», se nos abría y hacía comprensible aquel nivel siguiente en el que en eso que es ella para sí, la autoconciencia no veía sino el logos de todo objeto (cap. V). La autoconciencia no puede entenderse sino como siendo el logos de toda realidad, como pudiendo encontrarse (como concepto, como logos, como razón) en toda realidad, como no pudiendo encontrar en todo sino lo suyo. La autoconciencia es la razón de las cosas, que se ha vuelto autoconsciente. Y la autoconciencia se lanza a buscar la razón de todo objeto, a tomar posesión de lo suyo. También se aborda a sí misma como objeto y se encuentra con que ella no es sino el más objeto de todos los objetos (un hueso), que ella no es sino lo absolutamente otro de sí; por tanto, concepto; pero concepto que pasa de largo ante sí (cap. V, A, a, b, c).
Pero si la autoconciencia resulta ser no más que objeto, no más que lo otro de sí, y lo otro de ella no resulta ser sino autoconciencia y, por tanto, también otra autoconciencia, tiene que haber un nivel de existencia consciente en el que lo que la conciencia busca es serse eso otro como siéndolo ella, como cosa suya, como posesión de ella, como obra de ella. La «conciencia fáustica», descendiendo en el segundo Fausto incluso hasta las fuentes de la vida orgánica, busca posesionarse de todo, tenerlo todo, llegar hasta el final de todo para gozarlo todo, le arranca a todo y a todos el para-sí que pueden ofrecer, y va dejando suelta una objetividad que la aplasta (cap. V, B, a). Tiene que haber un segundo nivel en el que ese en-sí que la aplasta pueda ser considerado por la conciencia como un en-sí domeñable, como un en-sí proyectado desde el propio para-sí, desde la propia individualidad. Y lo hay, su proyecto es la utopía y el ponerlo es la revolución. Pero el producto de la revolución se vuelve contra los agentes, la revolución también devora a sus hijos. Todo está patas arriba, pero todo está finalmente del revés de cómo se buscaba que estuviera. Los supuestos programas universalistas no eran sino la tapadera de intereses muy particulares y de clase. Es la conciencia utópica y su desengaño (cap. V, B, b). Queda así a la vista un nivel en el que la autoconciencia, tomándose ella en puridad, tomando en puridad su para-sí, haciendo, por tanto, dejación de sus propias apetencias particulares, trata de poner del derecho el curso del mundo, de enderezar el curso del mundo, de extraer al curso del mundo su genuino en-sí. Son los afanes de la virtud (cap. V, B, c).
Pero la conciencia virtuosa hace la experiencia de que, en rigor, este juego de para-sí y en-sí es lo que ella misma es, es decir, que el universal no es sino el desenvolvimiento mismo de la individualidad, que lo que supuestamente estaba fuera de ella, no era sino ella. Si hasta aquí éramos nosotros los que estábamos siguiendo a la conciencia viéndola actuar con la certeza de ser toda realidad, diríase que hemos alcanzado un nivel en el que este ser ella todo Dentro y todo Fuera, le ha amanecido a ella misma, lo sabe ahora también ella. La conciencia es ahora su mundo. Y este ser-su-mundo, en que consiste ahora la conciencia, es el concepto que Hegel va a pasar a precisar.
Cabría pensar, por tanto, que en el punto a que hemos llegado, nosotros sabemos ya muy poco más que la conciencia, y que nos basta acompañarla durante unos cuantos pasos más, ya casi sin importancia, para que ella se convierta en nosotros, para que seamos ya nosotros esa conciencia. En parte así es. Pero en realidad nos separa de ella toda la distancia que queramos. Nosotros somos la conciencia que se hace concepto de ello. Pero la conciencia sobre la que versan nuestras consideraciones en el nivel en que estamos, aquella que resulta ser ahora (en el punto en que estamos entrando) su propio mundo, puede que aún no se haga concepto de ello (Herodoto todavía no se hace sistemátícamente concepto de lo que ya sabe: que toda realidad no es tal sino como ingrediente del mundo de una conciencia, de una conciencia que, por supuesto, incluye lo otro de la conciencia, también en la forma de muchas conciencias. Herodoto incluso se admira de que en los casi dos mil años que él contabiliza, los egipcios ni siquiera llegasen a crear un nuevo dios, dando, pues, por sentado que también los dioses tienen por base el mundo como más allá de éste, como la radical diferencia de éste respecto de sí, como el quedarse éste más allá de sí mismo en su propio carácter absoluto). Cuando en el nivel del espíritu, en el nivel de figuras de mundo, que estamos introduciendo, encontremos que la candencia misma, sobre la que nuestras consideraciones versan, se hace de sí el concepto que nos hacemos de ella, nuestro concepto concordará con la cosa, habremos terminado. Esa conciencia será la de nosotros y nosotros seremos el ser-otro ya sin condiciones que ella es para nosotros. Y esto es otra vez más o menos «la cosa misma» tal como el autor nos la mostrará en el cap. VI, C, c. Téngalo presente el lector, pues el protagonista de este libro es die Sache selbst que resultará que somos nosotros.

Conversaciones en Madrid
[409] La Cosa misma está contrapuesta a estos momentos sólo en la medida en que éstos deben valer aisladamente, pero, esencialmente, es la unidad de la realidad efectiva y de la individualidad como compenetración de ambas; así mismo, es actividad, y en cuanto actividad es puro hacer en general, y por ello, en la misma medida, un hacer de este individuo; y es este hacer, esta actividad, en cuanto que, como fin, todavía le pertenece a él, en oposición a la realidad efectiva; asimismo, es el paso desde esta determinidad a la contrapuesta; y finalmente, es una realidad efectiva que está presente para la conciencia. La Cosa misma, por ende, expresa la esencialidad espiritual donde todos estos momentos se hallan cancelados y asumidos en cuanto que valgan para sí, donde sólo valen, pues, como universales, y donde, a la conciencia, su certeza de sí misma le es esencia objetual, le es una Cosa; objeto nacido de la autoconciencia como suyo, sin dejar de ser un objeto propiamente dicho, un objeto libre. — Ahora, para la autoconciencia, sólo por ella tiene su significado la cosa de la certeza sensorial y de la percepción; en esto se basa la diferencia que hay en alemán entre una cosa ordinaria, Ding, y una Cosa como causa, o aquello de lo que se trata X111X.4Sache y Ding son prácticamente sinónimos en alemán ordinario, y corresponden por igual a la palabra castellana «cosa». Para distinguirlas, y ser fieles a la propia distinción de Hegel, «cosa» traduce Ding, y «Cosa» traduce Sache, la cosa como asunto, la causa (en sentido jurídico, por ejemplo). — La conciencia recorrerá aquí un movimiento que corresponde al de la certeza sensorial y al de la percepción.
Algunas aclaraciones
X111X = Sache y Ding son prácticamente sinónimos en alemán ordinario, y corresponden por igual a la palabra castellana «cosa». Para distinguirlas, y ser fieles a la propia distinción de Hegel, «cosa» traduce Ding, y «Cosa» traduce Sache, la cosa como asunto, la causa (en sentido jurídico, por ejemplo).
Conversations in Washington
[409] [409]5We kept the numeration given by the editor in the printed edition The crux of the matter is opposed to these moments only inasmuch as they are supposed to be valid in isolation, but it is essentially their unity as the permeation of actuality and individuality. It is to the same extent a doing, and, as doing, it is a pure doing, and thereby is to the same extent the doing of this individual. As still belonging with the individual, it is this doing, as a purpose, in opposition to actuality. Likewise, it is the transition from this determinateness into an opposing determinateness and finally into an actuality that is present for consciousness. The crux of the matter thereby expresses the spiritual essentiality in which all these moments are sublated as valid for themselves, and therefore valid only as universal moments, and in which the certainty that consciousness has of itself is, to consciousness, an objective essence, a crux of the matter.6eine Sache It is an object born out of self-consciousness as its own object, without thereby ceasing to be a free-standing, genuine object. – The thing7Das Ding of sensuous-certainty and perception now has its significance for self-consciousness alone. On this rests the difference between an ordinary thing and a matter at issue.8eines Dings und einer Sache – Running its course within this will be a movement which corresponds to the movement in sensuous-certainty and perception.
Conversaciones en el Atrium
EN CONSTRVCCION
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