What is Political Philosophy? II 014

Parte de:

¿Qué es la Filosofía Política? / II. La solución Clásica

 

Por Leōnardus Strūthiō

Leōnardī Strūthiī verba

To speak first of the classics’ attitude towards democracy, the premises: “the classics are good,” and “democracy is good” do not validate the conclusion “hence the classics were good democrats.” It would be silly to deny that the classics rejected democracy as an inferior kind of regime. They were not blind to its advantages. The severest indictment of democracy that ever was written occurs in the eighth book of Plato’s Republic. But even there, and precisely there, Plato makes it clearby coordinating his arrangement of regimes with Hesiod’s arrangement of the ages of the worldthat democracy is, in a very important respect, equal to the best regime, which corresponds to Hesiod’s golden age: since the principle of democracy is freedom, all human types can develop freely in a democracy, and hence in particular the best human type. It is true that Socrates was killed by a democracy; but he was killed when he was 70; he was permitted to live for 70 long years. Yet Plato did not regard this consideration as decisive. For he was concerned not only with the possibility of philosophy, but likewise with a stable political order that would be congenial to moderate political courses; and such an order, he thought, depends on the predominance of old families. More generally, the classics rejected democracy because they thought that the aim of human life, and hence of social life, is not freedom but virtue. Freedom as a goal is ambiguous, because it is freedom for evil as well as for good. Virtue emerges normally only through education, that is to say, through the formation of character, through habituation, and this requires leisure on the part of both parents and children. But leisure in its turn requires some degree of wealthmore specifically a kind of wealth whose acquisition or administration is compatible with leisure. Now, as regards wealth, it so happens, as Aristotle observes, that there is always a minority of well-to-do people and a majority of the poor, and this strange coincidence will last forever because there is a kind of natural scarcity. “For the poor shall never cease out of the land.” It is for this reason that democracy, or rule of the majority, is government by the uneducated. And no one in his senses would wish to live under such a government. This classical argument would not be stringent if men did not need education in order to acquire a firm adhesion to virtue. It is no accident that it was Jean-Jacques Rousseau who taught that all knowledge which men need in order to live virtuously is supplied by the conscience, the preserve of the simple souls rather than of other men: man is sufficiently equipped by nature for the good life; man is by nature good. But the same Rousseau was compelled to develop a scheme of education which very few people could financially afford. On the whole the view has prevailed that democracy must become rule by the educated, and this goal will be achieved by universal education. But universal education presupposes that the economy of scarcity has given way to an economy of plenty. And the economy of plenty presupposes the emancipation of technology from moral and political control. The essential difference between our view and the classical view consists then, not in a difference regarding moral principle, not in a different understanding of justice: we, too, even our communist coexistents, think that it is just to give equal things to equal people and unequal things to people of unequal merit. The difference between the classics and us with regard to democracy consists exclusively in a different estimate of the virtues of technology. But we are not entitled to say that the classical view has been refuted. Their implicit prophecy that the emancipation of technology, of the arts, from moral and political control would lead to disaster or to the dehumanization of man has not yet been refuted.

Next paragraph

Previous paragraph

Hispānice

Para referirnos en primer lugar a la actitud de los clásicos respecto de la democracia, las premisas: «los clásicos son buenos» y «la democracia es buena» no pueden llevarnos a la conclusión de que «los clásicos eran buenos demócratas». Sería una tontería negar que los clásicos despreciaban la democracia como a una clase inferior de régimen. No les pasaban desapercibidas sus ventajas. La censura más severa que se haya escrito contra la democracia aparece en el libro octavo de La República de Platón. Pero aún ahí, y precisamente ahí, Platón deja claro coordinando su presentación de los regímenes con la presentación de Hesíodo de las edades del mundo1Vide Trabajos y días 106-201. que, en un aspecto muy importante, la democracia es igual al mejor régimen, que corresponde a la Edad de oro descrita por Hesíodo. Este aspecto es: dado que el principio de la democracia es la libertad, todos los tipos humanos pueden desarrollarse libremente en una democracia, y por lo tanto, en particular, el mejor tipo humano. Es verdad que Sócrates fue muerto por una democracia; pero lo mató cuando tenía setenta años; se le permitió vivir por setenta largos años. Platón, sin embargo, no pensó que esta consideración fuera decisiva. Pues no solo le interesaba la posibilidad de la filosofía, sino que tenía el mismo interés en un orden político estable que fuera compatible con las políticas moderadas; y tal orden, pensaba, depende del predominio de las familias antiguas. En términos generales, los clásicos rechazaban la democracia porque pensaban que el objetivo de la vida humana y, por tanto, de la vida social, no radica en la libertad, sino en la virtud. La libertad como objetivo comporta muchas ambigüedades, porque es libertad tanto para el bien como para el mal. La virtud, normalmente, surge solo a través de la educación, es decir, a través de la formación del carácter, a través de la creación de hábitos, lo cual requiere posibilidad de tiempo de ocio, tanto por parte de los padres como de los hijos. Pero el ocio, por su parte, exige un determinado nivel de riqueza; más concretamente, exige una clase de riqueza cuya adquisición y administración sea compatible con el disfrute del tiempo libre. Ahora bien, en lo que respecta a la riqueza, sucede, como ya observa Aristóteles, que siempre los bien situados son unos pocos y los pobres son la mayoría. Esta extraña coincidencia, por otra parte, perdurará para siempre porque existe una especie de escasez natural. «Pues no faltarán pobres en esta tierra».2Deuteronomio 15, 11. En Mateo 26, 11 Cristo se expresa en términos similares. Por esta razón, la democracia, como gobierno de la mayoría, es el gobierno de los incultos, y nadie en su sano juicio desearía vivir bajo un gobierno de tal índole. Este argumento clásico no sería riguroso si los hombres no necesitaran educación para adherirse firmemente a la virtud. No es casualidad que fuese J.-J. Rousseau el que enseñara que todos los conocimientos que el hombre necesita para vivir virtuosamente le vienen dados por su conciencia, que es patrimonio de las almas sencillas y no de los demás hombres: el hombre está suficientemente dotado por la naturaleza para la vida buena; el hombre es bueno por naturaleza.3Esta última afirmación es por la que, a manera de eslogan, sera recordado Rousseau, cfr. Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, parte 2 (1755). Con todo, será el principio rector con posteriores aplicacioes en muchas de sus grandes obras. El mismo Rousseau, sin embargo, se vio obligado a desarrollar un programa de educación que muy poca gente podría permitirse económicamente.4Cfr. El Emilio, o De la Educación. En general, ha prevalecido la opinión de que la democracia tiene que convertirse en el gobierno de los instruidos; y esa meta sólo puede lograrse a través de una educación universal. Pero la educación universal presupone que la economía de la escasez ha dejado paso a una economía de la abundancia. Y la economía de la abundancia, por su parte, presupone la liberación de la tecnología de todo control moral o político. La diferencia esencial, por tanto, entre el punto de vista clásico y el nuestro no consiste en una interpretación diversa de los principios morales, ni en un modo distinto de comprender la justicia: nosotros también pensamos, incluidos nuestros contemporáneos comunistas,5Recuerde el lector que esta conferencia fue pronunciada en 1954. que es justo tratar igual a los que son iguales y en planos de desigualdad a los que poseen méritos desiguales. La diferencia entre los clásicos y nosotros, respecto de la democracia, se basa exclusivamente en una distinta estimación de las virtudes de la tecnología. Pero no tenemos derecho a decir que la concepción clásica ha sido refutada. Todavía no está demostrado que sea falsa su implícita profecía, según la cual la emancipación de la tecnología y las artes de todo control moral y político conducirá necesariamente al desastre y a la deshumanización del hombre.

Siguiente párrafo

Párrafo anterior

Ir al inicio de esta entrada

Ir al Sumario y Presentación

Sidebar



error: Content is protected !!