Los Presocráticos GARCIA BACCA
[Esos «divinos locos», a propósito de la traducción de unos Poemas]
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Prólogo [a Los presocráticos]
En el comienzo del diálogo platónico Sofista —y después de una presentación, estilo filosófico, del extranjero eleata, compañero de Parménides y Zenón— convienen Teodoro y Sócrates en que «todo filósofo no es, ciertamente, un dios; mas es divino» (Sofista, 216 c).
Teodoro, don de Dios, lo afirma resueltamente; y hasta se encuentra dispuesto a sostenerlo en pública plaza, en el ágora.
Sócrates le responde que le parece, por cierto, muy bella tal afirmación; pero que la raza de los filósofos, al igual que la de Dios, no resulta fácil de explicar y discernir.
«Porque —dice Sócrates— estos varones, los filósofos, se aparecen a los ojos ignorantes de la gente, cuyas ciudades recorren, bajo todas las formas fantasmagóricas; —se entiende no de los filósofos de pega, sino de los filósofos de verdad, de los que miran desde arriba la vida de los de abajo. A tales filósofos de verdad tiénenlos unos nada; mientras que otros los juzgan dignos de todo. Toman unas veces la forma apariencial de políticos; otras, la de sofistas; y no faltan ocasiones en que dan que pensar si estarán locos de remate» (Sofista, 216 c-d).
Parménides, Jenófanes y Empédocles se dedicaron también, durante una época de su vida, a dar vueltas (ἐπιστρωφῶσι, Sofista, loc. cit.), por las ciudades de Grecia, de la Grecia madre y de la Grecia colonial, dando recitales de filosofía, cantados según el ritmo, acentuación y melodía de hexámetros, y, probablemente, según un compás o sistema de pasos de baile, a imitación de los rapsodas épicos.
Así iban por el mundo nuestros antepasados en la filosofía.
Y cantaban y bailaban sus poemas, las gestas de los Dioses y de los hombres, del Ente y del mundo ante los ojos atónitos de la gente, durante el breve espacio entre el desconcierto inicial del auditorio y la carcajada final por las locuras de tales «locos de remate» (παντάπασι μανικῶς).
El gentil compás de pies de nuestros gloriosos antepasados en la filosofía debió cambiarse, más de una vez en descompasada huida o en aquellos descompasados insultos —valientes, cordiales, en sarta—, que todos los filósofos-recitadores nos han conservado en sus poemas:
«sordos, ciegos, estupefactos, bicéfalos, raza demente…» (Parménides, I.3); y los términos «imbéciles, los muy necios miserables…» repetidos frecuentemente y dedicados a «los mortales, a los humanos, a los Muchos…» sin ambigüedad ni circunloquios.
Más de uno de tales recitales filosóficos pudo terminar en pedradas, si los oyentes se dieron por enterados y aludidos; cosa más que probable, pues la Gente, Don Anónimo, Don Nadie, tiene los sentimientos bajo forma de re-sentimiento, y el resentimiento todo lo vive bajo el aspecto del insulto y a todo responde con «voces, gritos, confusiones, cuchilladas, mojicones, palos, coces y efusión de sangre».
A los nobles intentos de nuestros gloriosos antepasados en la filosofía tal vez respondió la Gente de entonces como los galeotes a Don Quijote: a pedradas.
Y, por ciertas sentencias de los Poemas que a continuación traduzco, se puede fundadamente conjeturar que Jenófanes, Parménides y Empédocles debieron retirarse más de una vez de sus públicos recitales «mohinísimos de verse tan malparados por los mismos a quien tanto bien habían hecho».
No faltan, por desgracia de nuestros malhablados tiempos, lugares y aun naciones enteras donde ciertos recitales de ciertas filosofías terminarían en pedradas y en la cárcel. Por ejemplo, si en cierta nación de cuyo nombre me duele en el alma acordarme se diera un filósofo suficientemente valeroso para decir cara a cara a ciertas personillas aquellos versos del Panegírico de la Sabiduría de Jenófanes:
Aunque arrebatare la victoria
—o por los pies veloces
o en los quíntuples juegos, como atleta,
los de a la vera del agua del Pisas,
allá en la región olímpica,
junto al templo de Júpiter,
o en luchas mano a mano
o en el tanto rudo afán del pugilato—;
aunque gane la victoria
en el combate pavoroso
que combate se llama de combates
y por estos motivos
sea en el parecer de sus conciudadanos
más admirable que ellos…
…
aunque de una vez alcance todo esto
su dignidad no es pareja a la mía;
que es mi sabiduría más excelsa
que vigor de hombres,
que de caballos fuerza.
O si en otros lugares, asientos y cátedras de infalibilidad —política, social, económica, religiosa…—, apareciese un loco de remate, un filósofo, que recitase aquellas otras palabras del mismo Jenófanes:
Jamás nació ni nacerá varón alguno
que conozca de vista cierta lo que yo digo
sobre los dioses y sobre las cosas todas;
porque, aunque acierte a declarar las cosas
de la más perfecta manera,
él, en verdad, nada sabe de vista [cierta].
La apariencia más propia del filósofo genuino, tal vez sea, ante y respecto de la Gente y de Don Nadie, la de «loco de remate».
Pero, ¿será posible en nuestra época filosófica, preguntaré con Unamuno, «desencadenar un delirio, un vértigo, una locura» filosófica?
«No se comprende ya ni la locura. Hasta el loco, creen y dicen que lo será por tenerle su cuenta y razón. Lo de la razón de la sinrazón es ya un hecho…» y un axioma en ciertas, en casi todas las filosofías donde todo lo racional es real y todo lo real es racional, donde el orden de las cosas es el mismo que el orden de las ideas… (Cf. Unamuno, Vida de Don Quijote y Sancho, parte primera).
Como locos de atar pasaron nuestros gloriosos antepasados en la filosofía; y como locos de remate parecían, en especial, los filósofos helénicos primitivos. Tales eran: Dioses con apariencias de locos, varones divinos bajo el disfraz de mente-catos, de captos-mente, de capturados y posesos en sus mentes por la divinidad misma.
No sé si será ya posible en nuestra época filosófica desencadenar la locura filosófica y que los filósofos pongamos a la gente en el aprieto —pongamos en tal aprieto inclusive a nuestros amigos— de tener que decidir si somos locos o dioses, mentecatos o varones divinos.
Lo menos que en mi sentir he creído debía hacer es traducir los Poemas de aquellos locos divinos que se llamaron Jenófanes, Parménides y Empédocles.
Universidad de Morelia,
23 de septiembre de 1942.
Nota del Atrium Philosophicum
El texto, con las mencionadas traducciones, vio la luz en México, editado por el recién creado Colegio de México (hasta 1940 fue la Casa de España en México) en 1944. Quede este texto como homenaje a la memoria del amigo…
Quī adhūc ā Λόγῳ exsulēs errāmus, grātiās agimus tibi prō maximō tuō servitiō