El heroísmo filosófico CASO

 

Antonio Caso Andrade (1883-1946)

CŌGITĀTIŌNĒS ET CŌGITĀTA ***

Ensayos críticos y polémicos, 
México: Cultura, 1922, 120 pp.

 

El heroísmo filosófico

[Fragmentos]

(c. 1917-1922)

Falta en el célebre libro de Carlyle consagrado al culto de los héroes y lo heroico en la historia, un tipo más de excepción, el del «heroísmo filosófico», silencioso arquetipo de actitud discreta y apasionada. Las máximas que siguen pretenden indicar cómo y por qué, al lado del guerrero, el rey, el vidente, el poeta y el dios, debe estar el filósofo con su heroísmo sui generis —actitud no por silenciosa menguada—, que expresa con rara perfección el bello nombre que, al decir de Jámblico, inventó Pitágoras: «amante de la sabiduría».

[…]

Hallar la verdad desde luego, sin aproximaciones ni tanteos, sería excelente; pero investigarla constantemente sin lograr alcanzarla jamás, es acaso nuestro mayor bien.

La verdad humana es algo dinámico y evolutivo; lo mismo el dogma que la ley. Si suprimís el tiempo que fluye, suprimiréis de rechazo la posibilidad de remediar el error con el error, la conjetura con la conjetura y la aproximación con la aproximación.

El espíritu filosófico es un ánimo constante e incorruptible de aventura que tiene mucho de heroico. El encanto de la filosofía estriba, más que en el éxito —siempre problemático— de la afirmación, en el esfuerzo desplegado al meditar. Quien ambicione el quietismo interior de la mente, la sólida estabilidad, el descanso muelle y fácil —corruptor del pensamiento como la actividad psíquica en general—, no ha de preocuparse con el estudio de las cuestiones filosóficas.

[…]

Fácil es distinguir, en la historia del pensamiento filosófico, dos linajes de ingenios que, para usar el gallardo tecnicismo de Gracían, podrían llamarse: heroicos y discretos.

A primera vista, se diría que, sin discreción, no puede haber filosofía. Sin templanza del criterio, esto de ponderar razones, aquilatar argumentos y decidir antítesis violentas o sutiles, resulta imposible. Y ¿qué otra cosa, por ventura, es filosofar, sino la determinación del clásico «justo medio» entre los extremos?

Mas, así como parece inconcebible sin discreción, sin heroísmo también lo parece el filósofo. Posee, siempre, como los poetas, su temperamento, su carácter único. Sólo porque es «él mismo», perdura. Los espíritus sin personalidad no son filósofos ni artistas.

[…]

De aquí que, aun cuando todo gran pensador sintetice lo heroico y lo discreto, en algunos profundos espíritus predomina el genio, la intrepidez, y en otros vence la «razón razonadora», el espíritu dialéctico y organizador. Sólo en unos cuantos superhombres combínanse en proporciones equivalentes ambas virtudes cardinales.

El heroico tiene como caracteres esenciales el poder de invención, que se llama «intuición filosófica», y, corolario directo del anterior, la intrepidez, es decir, la subordinación sistemática de los datos a la tesis que profesa.

El discreto caracterízase no sólo por su ecuanimidad, sino por objetividad mayor. Como no es víctima del entusiasmo de la invención, las ideas que profesa no le arrancan, como al heroico, girones de su misma conciencia. Es un justiciero implacable. Recorta las tesis opuestas, las hace negarse mutuamente, las obliga a hermanarse con sus contrarias, las comunica y dispone en síntesis orgánica, y se acerca así más que el heroico a la objetividad plena, o, al menos, al sentido común de los hombres, sistema métrico de la objetividad.

El progreso filosófico de la historia, la propia palpitación rítmica de la filosofía, se debe a la concurrencia de heroicos y discretos. Si solamente los heroicos filosofaran, la metafísica sería un magnífico enjambre de pensamientos geniales sin relaciones mutuas, sin concatenación tradicional…

[…]

Si nada más filosofaran los discretos, el pensamiento filosófico, paciente, exacto, minucioso, escolástico, carecería de la cualidad máxima de la invención, del poder supremo de la intrepidez que toca en lo absurdo, a veces, pero que a veces también, sospecha o descubre aproximaciones imprevisibles y analogías sorprendentes.

[…]

Parménides, Heráclito, Pitágoras, Empédocles, Demócrito, Anaxágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles, Plotino, San Agustín, Descartes, Spinoza, Leibniz, Kant, Hegel, Schopenhauer, Bergson… Agregad, si os place, dos nombres más, los de Bacon y Comte, por ejemplo. Sólo veinte grandes filósofos de primer orden en el curso de veinticinco o veintiséis siglos de historia.

[…]

¿Habrá, por ventura, algo que fuere más extraordinario y magnífico, y que honre más a la humanidad que el genio filosófico?

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