Carta/Prefacio a los Principia Philosophiae (Descartes)
ADEPTVRIS DOCTRINAM ***

La idea de Filosofía para Descartes es expresada de manera explícita en la carta al traductor de sus Principia Philosopiae. Los Principia Philosopiae («Elementos de la Filosofía», «Principios de la Filosofía») fueron publicados originalmente en latín en 1644 dedicados a la Princesa Elisabeth de Boehemia. Posteriormente, Descartes solicitó al abad Claude Picot una traducción de la obra al francés. Ésta apareció en 1647, etapa de madurez del filósofo francés.
En esa epístola, Descartes profundiza en su concepto de Filosofía descrito en Regulae ad directionem ingenii («Reglas para la dirección del espíritu»), Discours de la Méthode («Discurso del método») y en sus Meditationes de Prima Philosophia («Meditaciones metafísicas»). Destacan su clasificación de los grados del conocimiento, su idea de «más alta sabiduría», duda y certeza. Casi al final de la carta se emplea la imagen de un árbol para representar a la Filosofía, con sus raíces, tronco, ramas y frutos.
Tabla de contenidos
Texto
René DESCARTES, «Carta del Autor al Traductor Puede ser estimada como Prefacio», en Los Principios de la Filosofía (1647) [fragmentos]:
(1)
Hubiera explicado, en primer lugar, lo que es la Filosofía, iniciando la exposición por los temas más difundidos; éste es el caso de lo que significa la palabra Filosofía: el estudio de la Sabiduría; que por Sabiduría no sólo hemos de entender la prudencia en el obrar, sino un perfecto conocimiento de cuanto el hombre puede conocer, bien en relación con la conducta que debe adoptar en la vida, bien en relación con la conservación de la salud o con la invención de todas las artes; que para que este conocimiento sea tal, es necesario que sea deducid de las primeras causas, de suerte que, para intentar adquirirlo, a lo cual se denomina filosofar, es preciso comentar por la investigación de las primeras causas, es decir, de los Principios; que estos Principios deben satisfacer dos condiciones: de acuerdo con la primera han de ser claros y tan evidentes que el espíritu humano no pueda dudar de su verdad cuando atentamente se dedica a examinarlos; de acuerdo con la segunda, el conocimiento de todas las otras cosas ha de depender de estos principios, de modo que pudieran ser conocidos sin que las otras cosas nos fueran conocidas, pero no a la inversa, esto es, éstas sin aquéllos; además, es preciso intentar deducir de tal forma de estos principios el conocimiento de todas las cosas que dependen de ellos, que nada haya en toda la serie de deducciones efectuadas que no sea muy manifiesto. Sólo Dios es perfectamente sabio, es decir, sólo Dios posee un conocimiento completo de la verdad de todas las cosas […].
(2)
Además, hubiera inducido a la consideración de la utilidad de esta Filosofía y mostrado que, puesto que se extiende a cuanto el espíritu humano puede saber, se debe creer que sólo ella nos distingue de los más salvajes y bárbaros y que las naciones son tanto más civilizadas y educadas, cuanto mejor filosofen sus hombres; así pues, disponer de verdaderos Filósofos es el mayor bien que puede acaecer a un Estado. Es más, no sólo es útil para todo hombre vivir en compañía de quienes se dedican a este estudio, sino que es incomparablemente mejor que cada hombre se entregue al mismo, tal y como, sin duda alguna, es mucho más deseable servirse de los propios ojos para orientarse y para disfrutar de la belleza de los colores y de la luz que seguir las instrucciones de otro y mantenerlos cerrados. No obstante, esto último es preferible a mantener cerrados los ojos y sólo contar con uno mismo para orientarse. Vivir sin filosofar equivale a tener los ojos cerrados sin alentar el deseo de abrirlos; no obstante, el placer de observar todas las cosas que nuestra vista descubre, no es comparable en modo alguno a la satisfacción que genera el conocimiento de lo que la Filosofía descubre; más aún, este estudio es más necesario para reglar nuestras costumbres y nuestra conducta en la vida de lo que lo es el uso de los sentidos para guiar nuestros pasos. Los animales que sólo deben conservar su cuerpo, se ocupan de modo constante en buscar con qué alimentarlo; los hombres, sin embargo, cuya parte principal es el espíritu, deberían afanarse principalmente en la búsqueda de la Sabiduría pues es si verdadero alimento. Seguro estoy de que muchos serían los que se entregarían a tal fin si tuvieran esperanza de lograr éxito y sospecharan de cuánto son capaces. No hay alma por poco noble que sea, que permanezca tan aferrada a los objetos de los sentidos que no llegue a distanciarse de ellos como para no desear en algún momento algún otro bien aun cuando frecuentemente ignore en qué consiste. Quienes son más favorecidos por la fortuna, quienes gozan de buena salud, disfrutan de honores, riqueza, no están más libres de este deseo que los restantes hombres; por el contrario, estoy persuadido de que ellos son quienes persiguen más ardientemente algún otro bien, más soberano que todos cuantos poseen. Ahora bien, este soberano bien, considerado por la luz natural sin la ayuda de la fe, no es otra cosa que el conocimiento de la verdad por sus primeras causas, es decir, la Sabiduría, cuyo estudio desarrolla la Filosofía. Puesto que cuento he expuesto es verdad, no sería difícil persuadir de todo ello si fuese adecuadamente expuesto.
(3)
Ahora bien, habría explicado sumariamente en qué consiste toda la ciencia alcanzada y cuáles son los grados de Sabiduría a los que ha accedido, ya que la experiencia no nos autoriza a estimar verdadero cuanto he expuesto, pues nos muestra que quienes hacen profesión de filósofos son frecuentemente menos sabios y menos razonables que otros que nunca se han dedicado a su estudio. El primero sólo contiene nociones que son tan claras por sí mismas pueden ser obtenidas sin meditación. El segundo comprende todo cuanto la experiencia de los sentidos nos permite conocer. El tercero, cuanto nos enseña la conversación que mantenemos con otros hombres. El cuarto, permite considerar cuanto se adquiere mediante la lectura, no de todos los libros, sino sólo de aquellos que han sido escritos por personas capaces de otorgar buenas enseñanzas, ya que su lectura es una especie de conversación que mantenemos con sus autores. Estimo que cuanta Sabiduría se acostumbra a poseer, sólo se adquiere mediante estos medios, pues no incluyo la revelación divina ya que no nos conduce gradualmente, sino que nos eleva de golpe a una creencia infalible. Mas en todas las épocas los hombres eminentes han intentado hallar un quinto grado, incomparablemente más alto y seguro que los otros cuatro, para acceder a la Sabiduría; consiste en indagar las primeras causas y los verdaderos Principios a partir de los cuales se pudiera deducir las razones de todo cuanto se puede saber; a quienes se han afanado en ello es a los que se denomina Filósofos. Sin embargo no sé de alguno que haya logrado éxito en tal tarea. Los primeros y principales cuyos escritos poseemos, son Platón y Aristóteles; no cabe destacar otra diferencia entre ellos, sino que Platón, siguiendo las huellas de su maestro Sócrates, ha confesado ingenuamente que no había podido acceder al conocimiento de algo cierto y se ha satisfecho con escribir lo que le ha parecido verosímil, imaginando a tal efecto algunos Principios mediante los cuales intentaba dar razón de otras cosas. Aristóteles, por el contrario, fue menos franco y, si bien fue discípulo de Platón durante veinte años, no formuló otros principios que los de Platón aun cuando modificó totalmente su exposición, llegando a proponerlos como verdaderos y seguros, aunque no existe apariencia alguna de que los considerara como tales. Estos dos hombres poseían un talento y Sabiduría muy superior a la que cabe obtener mediante los medio anteriormente expuestos; tal es la razón de su gran autoridad, de suerte que cuantos les sucedieron, se atuvieron preferentemente a seguir sus opiniones y no a indagar algo mejor. La principal disputa mantenida por sus discípulos tuvo por objeto discernir si se debían poner en duda todas las cosas o si, por el contrario, algunas eran ciertas. Unos y otros se vieron arrastrados a defender errores extravagantes: quienes estaban a favor de la duda, la hacían extensiva incluso a las acciones de la vida, de modo que menospreciaban conducirse con prudencia; quienes defendían la certeza, suponiendo que debía depender de los sentidos, les otorgaban una completa confianza, […]. Ahora bien, el error de quienes se inclinaban de parte de la duda, no fue mantenido por mucho tiempo; el error de los otros ha sido corregido en cierto modo en la medida en que se ha llegado a reconocer que los sentidos nos engañan en muchas circunstancias. Ahora bien, este error no creo que haya llegado a ser extirpado de raíz, haciendo ver que la certeza no reside en los sentidos, sino en el entendimiento cuando posee percepciones evidentes; que, disponiendo sólo de aquellos conocimientos que integran los cuatro primeros grados de Sabiduría, no debe dudarse de las cosas que parecen verdaderas en lo que a la conducta de la vida se refiere, pero tampoco deben ser estimadas tan ciertas que no pueda modificarse la opinión cuando a ello obliga la evidencia de alguna razón. […]. Estimándoles a todos y no deseando hacerme odioso al criticarles, puedo aportar una prueba tal de lo expuesto que no pienso que alguno de ellos pueda rechazarla: todo ellos han supuesto como Principio algo que no ha sido perfectamente conocido. […] Puesto que todas las conclusiones deducidas de un Principio que no es evidente, no pueden ser evidentes, aunque hayan sido deducidas evidentemente, se sigue que cuantos razonamientos han sido fundados sobre tales principios, no han podido facilitarles el conocimiento cierto de algo, como tampoco, en consecuencia, les ha permitido avanzar en la indagación de la Sabiduría. Es más, si han llegado a indagar algo verdadero, ha sido por alguno de los otros caminos descritos. Con todo, no deseo rebajar en nada el honor a que se han hecho acreedores; solamente estoy obligado a decir para consuelo de los que no han estudiado que así como al viajar, dando la espalda al punto al que nos hemos de dirigir, tanto más nos alejamos cuanto más tiempo y más rápidamente caminamos, de suerte que, colocados en el verdadero camino, nos cabe alcanzar el punto de destino tan pronto como si hubiésemos permanecido inmóviles; de igual modo, cuando se asumen falsos Principios, cuanto más se los cultive y cuanto más interés se ponga en obtener consecuencias a partir de ellos, estimando que ello es filosofar correctamente, tanto más nos alejamos del conocimiento de la verdad y de la Sabiduría. De ello se debe concluir que aquellos que desconocen lo que hasta ahora se ha denominado Filosofía, son los más capacitados para acceder al conocimiento de la verdadera filosofía.
(4)
Después de haber favorecido una correcta comprensión de estos temas, hubiera deseado exponer en este lugar las razones que sirven para probar que los verdaderos Principios, en razón de los cuales se puede acceder al más alto grado de Sabiduría, soberano bien de la vida humana, son los que he dado a conocer en este libro. Basta con dos de estas razones: la primera, estos principios son muy claros; la segunda, todas las otras cosas pueden ser deducidas. Es así, pues sólo estas dos condiciones son requeridas en los principios. Pruebo fácilmente que son muy claros: en primer lugar, por la forma en que los he hallado, a saber, rechazando todas las cosas a propósito de las cuales identifico la menor ocasión para dudar, ya que es cierto que las que no han podido ser rechazadas en razón de este criterio, habiendo sidas consideradas con atención, son las más evidentes y las más claras que el espíritu humano pueda conocer. Así, apreciando que quien desea dudar de todo, no puede llegar a dudar de que él sea, mientras que está dudando, y que lo que razona de esta forma, no pudiendo dudar de sí mismo y dudando, sin embargo, de todo lo demás, no es lo que llamamos nuestro cuerpo, sino lo que llamamos nuestra alma o nuestro pensamiento, he tomado como primer principio el ser o la existencia de este pensamiento a partir del cual he deducido muy claramente todos los otros; a saber, que hay un Dios, que es el autor de todo lo que hay en el mundo, y que, siendo la fuente de toda verdad, no ha creado en modo alguno nuestro entendimiento de tal naturaleza que se pudiese engañar al emitir juicio sobre las cosas de las que tiene una percepción que es muy clara y muy distinta. Éstos son todos los principios de los que me sirvo en lo tocante a las cosas inmateriales o Metafísicas y a partir de los cuales deduzco muy claramente los principios de las cosas corporales o Físicas, a saber, que hay cuerpos extensos en longitud, anchura y profundidad, que tienen diversas figuras y se mueven de distintas formas. Éstos son, en suma, los principios a partir de los cuales deduzco la verdad de las otras cosas. La segunda razón que prueba la claridad de estos principios es que han sido conocidos en todas las épocas y que, incluso, han sido aceptados como verdaderos e indudables por todos los hombres, exceptuando solamente la existencia de Dios que ha sido puesta en duda por algunos al haber atribuido excesivo valor a las percepciones de los sentidos cuando, por otra parte, Dios no puede ser visto ni tocado. Pero, aunque todas las verdades que sitúo entre mis Principios, hayan sido consideradas desde siempre por todos los hombres, nadie hasta el presente, que yo sepa, las ha considerado de modo que se pudiera deducir el conocimiento de todas las otras cosas que son en el mundo. Tal es la razón por la que debo probar que son tales, no pudiendo hacerlo de forma más adecuada que haciéndolo ver por experiencia, es decir, invitando a los lectores a leer esta obra. Pues aunque no trata de todas las cosas, dado que es imposible, pienso haber explicado de tal modo todas aquellas de las que he tenido ocasión para persuadirse de que no es necesario indagar otros principios que los que he expuestos si desean acceder a los conocimientos más elevados de los que el espíritu humano es capaz. Principalmente si, después de haber leído mis escritos, se toman el cuidado de considerar cuán diversas cuestiones han sido explicadas y, recorriendo también los escritos de otros, aprecian cuán escasas razones verosímiles han podido aportar para explicar las mismas cuestiones en virtud de Principios diferentes a los míos. Y, con el fin de que emprenderán con gusto esta tarea, podría haberles expuesto que quienes están imbuidos de mis opiniones son los que tienen una dificultad menor para comprender los escritos de otros y para apreciarlos en su justo valor; acontece todo lo contrario de lo que he dicho de quienes se iniciaron por la antigua Filosofía: cuanto más se entretengan con afán a su estudio, tanto menos capaces son de comprender la verdadera filosofía.
(5)
A continuación y con el fin de facilitar la comprensión del fin perseguido al realizar la publicación de Los principios, procedería a explicar el orden al que creo que el lector debe atenerse con el fin de instruirse. Inicialmente, quien sólo ha adquirido el conocimiento vulgar e imperfecto que cabe recabar por los cuatro procedimientos descritos con anterioridad, debe ante todo intentar formarse una Moral que pueda bastarse para reglar las acciones de su vida, porque la vida no tolera dilaciones y, además, porque debemos intentar sobre todo bien vivir. Después de esto, también debe estudiar la Lógica y no la lógica de la Escuela pues, propiamente hablando, sólo es una Dialéctica que enseña los medios para hacer entender a otro lo que ya se sabe, o incluso enseña a hablar sin juicio en relación con aquellas cosas que no se saben, corrompiendo de esta forma el buen sentido en vez de favorecer su desarrollo. Sin embargo, aquella lógica enseña a conducir adecuadamente la razón para descubrir las verdades que se ignoran, dado que depende en gran medida del uso, es bueno que se ejerza durante largo tiempo mediante la práctica de las reglas relacionadas con cuestiones fáciles y simples, como son las de las Matemáticas. Posteriormente, cuando se ha adquirido un cierto hábito en el hallazgo de tal tipo de cuestiones, debe dedicarse a la verdadera filosofía, cuya primera parte expone la Metafísica; contiene los principios del conocimiento, entre los cuales se encuentran la explicación los principales atributos de Dios, de la inmaterialidad de nuestras almas y de todas las nociones claras y simples que poseemos. La segunda parte da a conocer la Física; en la misma y después de haber hallado los verdaderos principios de las cosas materiales, se examina en general cómo todo el universo está compuesto; a continuación, cuál es la naturaleza de la Tierra y de todos los cuerpos que más comúnmente se localizan en ella, como es el caso del aire, del agua, del fuego, del imán y de otros minerales. Es necesario examinar, a continuación y de modo particular, la naturaleza de las plantas, de los animales y, sobre todo, del hombre, con el fin de ser capaces de identificar las otras ciencias que pueden reportarle utilidad. De este modo, la totalidad de la Filosofía se asemeja a un árbol, cuyas raíces son la Metafísica, el tronco es la Física y las ramas que brotan de este tronco son todas las otras ciencias que se reducen principalmente a tres: a saber, la Medicina, la Mecánica y la Moral, entendiendo por ésta la más alta y perfecta Moral que, presuponiendo un completo conocimiento de las otras ciencias, es el último grado de la Sabiduría. Y así como no se recogen los frutos del tronco ni de las raíces, sino sólo de las extremidades de las ramas, de igual modo la principal utilidad de la Filosofía depende de aquellas partes de la misma que sólo pueden desarrollarse en último lugar. Y aunque las ignore casi todas, el celo que siempre he mantenido por rendir algún servicio al público fue la causa de que hiciera imprimir hace doce años algunos ensayos acerca de cuestiones que estimaba conocer.
Lea detenidamente
Profundice en la lectura respondiendo a las siguientes cuestiones.
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- El texto puede dividirse en cinco partes, (1) – (5). ¿Qué entiende Descartes por «Sabiduría» en su concepción de Filosofía como «estudio de la Sabiduría» en párrafo (1)?
- En la parte (1), Descartes fundamenta la Filosofía en «Principios», ¿qué son estos Principios y cómo distinguirlos?
- En (2), ¿Por qué defiende a la filosofía como beneficiosa al Estado?
- En (3) Descartes menciona los frutos del conocimiento y advierte de la existencia de «grados de Sabiduría» ¿cuáles son éstos y en qué consisten?
- En (4) Descartes insiste en la importancia de los «Principios», ¿Qué papel juegan éstos en la adquisición de la más alta Sabiduría y cuál será el procedimiento para adquirirla?
- En (5) después de describirnos un proceso de formación personal para mejor comprender la Filosofía, ¿por qué emplea la imagen de un árbol para representar a la Filosofía?
Objetivo polémico
Descartes empleó esta carta para presentar una colección de «Principios», que a su juicio fundamentarían la futura Filosofía, según los fragmentos recogidos:
- ¿Qué papel han jugado la duda y la certeza en la Filosofía?
- ¿Por qué, a juicio de Descartes, precisamos de «Principios» en la actividad filosófica?
Recordemos que la obra que presenta esta carta está dedicada a una Princesa. Según lo expresado por el filósofo:
- ¿Es la filosofía una actividad que debe ser auspisciada por el Estado?
Legere Aude!
Si está interesado en conocer más sobre lo aquí tratado, acérquese a su biblioteca. Ahí podrá encontrar traducciones de algunas obras con excelentes estudios preliminares que harán su lectura algo más amable. Considere las siguientes sugerencias del Atrium Philosophicum:
DESCARTES, René. El tratado del hombre, Madrid: Alianza, (colección: «Alianza Universidad», n.º 663), 1990, 120 pp. [Traducción edición a cargo de Guillermo Quintás sobre la edición de Adam-Tannery Ouvres de Descartes, Paris: Vrin, Vol. XI (basada ésta última en la impresión de 1677)]
DESCARTES, René. Descartes. Reglas para la dirección del espíritu – Investigación de la verdad por la luz natural – Discurso del método – Meditaciones metafísicas seguidas de las objeciones y respuestas – Conversación con Burman – Las pasiones del alma – Correspondencia con Isabel de Boemia – Tratado del hombre, Madrid: Gredos, (colección: «Biblioteca de Grandes Pensadores»), 2011, 743 pp. (+ cxxi pp. de est. prel.) [Trad. de Luis Villoro (Reglas para la dirección del espíritu, tomando como base el texto francés [la copia de Tschirnhaus] hasta su término; donde falta, se utiliza la versión latina; se toma como base la ed. A-T); Ernesto López y Mercedes Graña (Investigación de la verdad por la luz natural, tomando como base A-T); Manuel García Morente (Discurso del método); Aurelio Diaz (Meditaciones metafísicas segidas de las objeciones y respuestas, tomando como base A-T; en lo tocante a las Objeciones y respuestas y el Anexo la ed. base es Oeuvres et lettres [ed. de André Bodoux], París, Pléiade, 1953); Ernesto López y Mercedes Graña (Conversación con Burman, tomando como base la ed. A-T); Francisco Fernández Buey (Las pasiones del alma, tomando como base la ed. A-T); María Teresa Gallego Urrutia (Correspondencia con Isabel de Bohemia, tomando como base la ed. de Jean Marie y Michelle Beyssade [París, 1989], que a su vez se apoya en la de Jacques Chevalier, Lettres sur la morale: Correspondance avec la princesse Elisabeth, París, Boivin, 1935); Francisco Fernández Buey (Tratado del hombre, tomando como base la edición latina de Ámsterdam en 1686, cotejándose con la ed. francesa publicada en Paris en 1664). ISBN: 978-84-249-2080-7]
DESCARTES, René. Discurso del método, Dióptrica, Meteoros y Geometría, Madrid: Alfaguara, (colección: «Clásicos Alfaguara», n.º 21), 1981, 490 pp. [3ª ed. Traducción de Guillermo Quintás Alonso de Discours de la méthode en la edición a cargo de Charles Adam y Paul Tannery en el volumen VI de Oeuvres de Descartes, (Paris: Vrin, 1957-58), considerando la versión latina Specimina Philosophie seu dessertatio de Methodo recte regendae rationis, et veritatis in scientiis investigandae: Dioptrice, et Meteora realizada por E. de Courcelles (1644), incluida en ese mismo volumen, en la que no se tradujo “La geometría”. ISBN: 84-204-0228-1]
DESCARTES, René. Discurso del método, Dióptrica, Meteoros y Geometría, Madrid: Alfaguara, (colección: «Clásicos Alfaguara», n.º 21), 1987, 495 pp. [3ª ed. Traducción de Guillermo Quintás Alonso de Discours de la méthode en la edición a cargo de Charles Adam y Paul Tannery en el volumen VI de Oeuvres de Descartes, (Paris: Vrin, 1957-58), considerando la versión latina Specimina Philosophie seu dessertatio de Methodo recte regendae rationis, et veritatis in scientiis investigandae: Dioptrice, et Meteora realizada por E. de Courcelles (1644), incluida en ese mismo volumen, en la que no se tradujo “La geometría”. ISBN: 84-204-00228-1]
DESCARTES, René. Meditaciones metafísicas con Objeciones y respuestas, Oviedo: KRK, (colección: «Pensamiento»), 2004, 1018 pp. [Edición de Vidal Peña empleando las ediciones latina de 1642 y la francesa de 1647. La presente publicación es una reedición revisada de la traducción publicada por vez primera en 1977 en Alfaguara (colección: «Clásicos Alfaguara»). Contiene, como la anterior edición las objeciones y las respuestas de Descartes a Caterus, «Diversos teólogos y filósofos», Hobbes, Arnauld, Gassendi, Clerselier y Bourdin. La traducción realizada está basada principalmente en la versión francesa de las meditaciones del duque de Luynes y de las objeciones y respuestas de Clerselier (1647) incluída en A-T, IX-I, considerando las trad. de Clerselier de las ediciones de 1647 y 1661, teniendo en consideración siempre el texto latino]
DESCARTES, René. Los principios de la filosofía, Madrid: Alianza, (colección: «Alianza Universidad», n.º 825), 1995, 482 pp (+ xxxiv pp. de Intro.) [1ª ed. Traducción de Guillermo Quintás a partir de la versión francesa de la obra firmada por Claude Picot y publicada en 1647 con el pie editorial de Henry Le Gras bajo el título: Les Principes de la Philosophie, Escrits en Latin par René Des Cartes, et traduits en françois par un des ses Amis, revisada y autorizada por el propio Descartes (véase la carta al traductor), pero también considera las ediciones latinas anteriores (la 1ª) y posteriores a la publicación de esta versión]
DESCARTES, René. Tratado del hombre, Madrid: Editora Nacional, (colección: «Clásicos para una Biblioteca Contemporánea»), 1980, 157 pp. [Edición y traducción de Guillermo Quintás de la edición crítica bilingüe (latín y francés) de Charles Adam y Paul Tannery Oeuvres de Descartes. 11.- Le monde; Description du corps humain; Passions de l’ame; Anatomica; Varia, (París: Vrin, 1967, 734 pp.), basado principalmente en la edición L’HOMME DE RENÉ DESCARTES, et La Formation du Foetus, avec les Remarques de Louis de la Forge. A quoi l’on a ajouté LE MONDE OU TRAITE DE LA LUMIERE, du même Auteur, 1677). ISBN: 84-276-0526-9]
