Aristóteles (G.W.F. Hegel, Lecciones de Historia de la Filosofía, 1833)

G.W.F. HegelVorlesungen über die Geschichte der Philosophie, II, en: Werke in 20 Bänden (Suhrkamp, 1986), vol. 19., pp. 132 – 249.

Introducción y biografía

<132>Nos separamos, con esto, de Platón, a quien abandona uno, en verdad, a regañadientes. Al pasar a su discípulo Aristóteles nos gana aún más la preocupación de tener que ser demasiado prolijos, pues no en vano se trata de uno de los más ricos y profundos genios científicos que jamás hayan existido: un hombre que nunca ha podido ser igualado. Disponemos, por fortuna, de un gran número de sus sobras, y esto hace que la materia sea todavía más extensa; sin embargo, no podemos, desgraciadamente, conceder aquí a Aristóteles la extensión que merece. Tendremos, por fuerza, que limitarnos a dar una noción general de su filosofía y señalar solamente, de un modo especial, hasta qué punto su filosofía desarrolló y llevó adelante la obra iniciada por el principio platónico, tanto en lo tocante a la profundidad de las ideas como en lo que se refiere a su extensión; pues Aristóteles es un espíritu tan vasto y especulativo como ningún otro, aunque no proceda sistemáticamente.

Por lo que se refiere al carácter general de Aristóteles, vemos que éste abarca todo el horizonte de las ideas humanas, penetra en todos y cada uno de los aspectos del universo real  y somete al poder del concepto la riqueza y la dispersión de todos ellos: no en vano la mayoría de las ciencias filosóficas le deben a Aristóteles sus distinciones y sus orígenes.

Pero, aunque la ciencia se descomponga, por esta vía, toda ella en una serie de determinaciones intelectivas de determinados conceptos, no por ello deja la filosofía aristotélica de estar dominada, al mismo tiempo, por los más profundos conceptos especulativos. <133>Aristóteles procede en conjunto del mismo modo que en cuanto al detalle. Sin embargo, la concepción general de su filosofía no aparece como un todo que se sistematice por medio de la construcción y cuya ordenación y cohesión pertenezcan también a los conceptos, sino que las partes están tomadas de la experiencia y colocadas las unas al lado de las otras, de tal modo que cada parte se reconoce por sí misma como un concepto determinado, sin necesidad de incorporarse al movimiento coherente de la ciencia. A la filosofía de aquel tiempo y al punto de vista en que se situaba no se les podía exigir que pusieran de manifiesto la necesidad. Sin embargo, aunque el sistema de Aristóteles no aparezca como desarrollado en sus partes partiendo del concepto mismo, sino que las partes se presentan las unas al lado de las otras, no cabe duda de que forman una totalidad de filosofía esencialmente especulativa.

Una razón para ser prolijo tratándose de Aristóteles, la tenemos en que ningún otro filósofo ha sido objeto de tanta injusticia por parte de las tradiciones totalmente huérfanas de pensamiento que se mantuvieron al margen de su filosofía y que todavía se hallan a la orden del día hoy, a pesar de haber sido este pensador, durante largos siglos, el maestro de todos los filósofos. Todavía es hoy el día en que se le atribuyen, como lo más natural del mundo, ideas y doctrinas que son, cabalmente, el reverso de su filosofía. Y, mientras que a Platón se le lee mucho, el tesoro de la obra aristotélica permaneció poco menos que ignorado a lo largo de los siglos, hasta llegar a los tiempos más recientes, reinando en torno a él los más falsos prejuicios. Las obras especulativas, lógicas de Aristóteles apenas son conocidas por nadie; a las que versan sobre historia natural se les ha hecho más justicia, en estos últimos tiempos, pero no así a sus ideas filosóficas. Es, por ejemplo, una opinión muy generalizada la de que la filosofía aristotélica y la platónica se enfrentan y oponen la una a la otra, concibiéndose ésta como basada en el idealismo y aquélla, por el contrarío, como construida sobre el realismo, el realismo más <239> trillado y trivial. Platón, se dice, tomó por principio el ideal, de tal modo que, en él, la idea interior crea de sí misma; en Aristóteles, por el contrario, el alma es —siempre según este modo de pensar- una tabula rasa, que recibe pasivamente sus determinaciones del mundo exterior: la filosofía aristotélica es, por tanto, empirismo, un lockeanismo de la peor especie, etc.

Pero pronto veremos cuán falsa es esta manera de pensar. En realidad, Aristóteles supera a Platón en cuanto a profundidad especulativa, ya que conoció la más profunda de las especulaciones, el idealismo, del que no se aparta, por muy vasto que sea su campo empírico. También entre los franceses, principalmente, existen todavía hoy concepciones totalmente falsas acerca de Aristóteles. U n ejemplo de cómo la tradición se limita a repetir ciegamente afirmaciones rutinarias acerca de él, sin molestarse en consultar sus obras para ver si lo que se le atribuye se halla en ellas o no, lo tenemos en las famosas tres unidades del drama —la unidad de acción, la unidad de tiempo y la unidad de lugar—, que las estéticas antiguas formulan, invariablemente,- como las regles d’Aristote, la saine doctrine. Y, sin embargo, Aristóteles (Poet. c. 8 y 5) solo habla de la unidad de acción y, únicamente de pasada, de la unidad de tiempo, sin mencionar para nada la tercera unidad, o sea la unidad de lugar.

Daremos algunos datos acerca de la vida de Aristóteles. Este gran pensador nació en Estagira, ciudad tracia situada en el golfo de Estrimón, que era una colonia griega: por tanto, aunque oriundo de la Tracia, era griego de nacimiento. Posteriormente, esta colonia griega pasó, como todo aquel territorio, a los dominios del rey Filipo de Macedonia.

Aristóteles nació en el primer año de la 99ª Olimpíada (384 a. c.); por tanto, si es que Platón había nacido en el tercer año de la 87ª Olimpíada (430 a. c.), esto querrá decir que Aristóteles tenía cuarenta y seis años menos que su maestro. Su padre, Nicómaco, fue médico de cámara de Amintas, rey de Macedonia y padre de Filipo. A la muerte de sus padres, a quienes perdió muy temprano, fue educado por un tal Proxeno, a quien guardó constante gratitud, reverenciando su me<240>moria a lo largo de toda su vida. En pago de la educación que de él recibiera, se encargó de criar y educar, a su vez, a un hijo de su maestro, llamado Nicanor, a quien adoptó como hijo e instituyó heredero.

A los diecisiete años de edad, se trasladó Aristóteles a Atenas, donde permaneció por espacio de veinte, en contacto con Platón. Tuvo, pues, la más propicia de las ocasiones para poder estudiar la filosofía platónica en sus propias fuentes. No importa que alguien diga (v. 1.1, p. 154) que no acertó a entenderla: basta con fijarse en las circunstancias externas, para darse cuenta de que esto no pasa de ser una afirmación arbitraria y totalmente infundada. Diógenes (V, 2) recoge gran número de anécdotas, contradictorias las unas con las otras, acerca de las relaciones entre Platón y Aristóteles y, principalmente, en torno al hecho de que Platón no dejara, al morir, la dirección de la Academia en sus manos, sino en las de su próximo pariente Espeusipo. Si la continuación de la escuela platónica había de expresar el deseo de que la filosofía de Platón se mantuviera con estricto apego al espíritu del maestro, es evidente que éste no podía designar como sucesor suyo en la dirección de ella a un hombre como Aristóteles y que la persona indicada para recoger esta herencia era Espeusipo. Sin embargo, el verdadero sucesor de Platón no fue otro que Aristóteles, quien enseñaba la filosofía en el sentido del maestro, aunque de un modo más profundo y proyectándola en nuevas direcciones, lo cual quiere decir que, a la par que proseguía la obra del maestro, la desarrollaba.

Fue, al parecer, la amargura y el descontento que en él produjo el verse postergado lo que determinó a Aristóteles a abandonar la ciudad de Atenas, a la muerte de Platón, para pasar tres años en la corte de Hermias, el dinasta de Atarnea, en Misia, quien había sido condiscípulo de Aristóteles en la escuela de Platón y se hallaba unido a él por una estrecha amistad. Hermias, príncipe independiente, fue sojuzgado por un sátrapa persa, siguiendo la suerte de tantos otros príncipes absolutos y de tantas repúblicas griegas del Asia Menor; y no paró ahí su mala fortuna, pues fué enviado en calidad de prisionero a Jerjes, quien, sin más contemplaciones, lo mandó crucificar. Para no exponerse a una suerte semejante, Aristóteles huyó de aquellas tierras en unión de Pitias, una hija de <241>Hermias, a la que hizo su esposa, refugiándose en Mitilene, donde vivió durante algún tiempo. Erigió a Hermias una estatua en Delfos, cuya inscripción ha llegado a nosotros; de ella se deduce que el desventurado príncipe cayó en poder de los persas por alevosía y a traición. Aristóteles glorificó también su nombre mediante un hermoso himno a la virtud, cuyo texto se ha conservado, asimismo.

Desde Mitilene, Aristóteles fue llamado por Filipo de Macedonia a su corte (Ol[impiada] 109, 2; [año] 343 a. c.) para que se hiciese cargo de la educación de su hijo Alejandro, el cual contaba a la sazón quince años. Filipo había tratado ya de persuadirle para que tomara en sus manos la educación del futuro monarca, en la famosa carta que le escribió a raíz del nacimiento de Alejandro y en la que se decía, entre otras cosas, según la versión recogida por las fuentes: «Has de saber que he tenido un hijo; y doy gracias a los dioses, no tanto porque me lo hayan dado como porque lo hayan hecho nacer en esta época en que tú vives. Pues confío en que tus cuidados y tu sabiduría harán que sea digno de mí y de su futuro reino

Cualquiera habría podido envidiar, en la historia, la suerte de haber sido el maestro y el educador de un hombre como Alejandro; en aquella corte, Aristóteles llegó a gozar del más alto de los favores y el respeto de Filipo, el monarca, y Olimpia, su consorte. Lo que el educando de Aristóteles llegó a ser con el tiempo es harto conocido, y la grandeza del espíritu y las hazañas de Alejandro, así como la perdurable amistad de éste con su maestro, serían el mejor testimonio de la educación recibida por este príncipe, si un hombre como Aristóteles necesitara de ninguna clase de testimonios. La formación espiritual de un Alejandro da un mentís a todas esas chácharas sobre la inutilidad práctica de la filosofía especulativa. También es cierto que Aristóteles encontró en Alejandro un discípulo más propicio y más apto que Platón en Dionisio. Existe, además, otra diferencia de fondo, que no debe perderse de vista. Lo que a Platón le preocupaba era su República, el ideal de su Estado, y proyecta su esfuerzo sobre un sujeto apto, a su juicio, para la realización de ese ideal; el individuo sólo era, para él, por consiguiente, un medio y, como tal, indiferente. La intención de Aristóteles era la contraria: lo único que él <242> veía era el individuo y su designio se encaminaba a engrandecer y desarrollar la individualidad como tal.

Aristóteles pasa por ser un metafísico profundo, concienzudo, abstracto, y todo revela que demostró muy de veras su seriedad como maestro de Alejandro. En efecto, el hecho de que Aristóteles no se atuviera, en esta misión que le había sido confiada, a las maneras modernas de la habitual educación superficial que se da a los príncipes se debe, pues, en parte, a la profundidad y a la seriedad del propio maestro, quien sabía muy bien en qué estribaba lo verdadero en la educación. Y, en parte, contribuye a ilustrar bastante bien esto la circunstancia material de que Alejandro, cuando en medio de sus conquistas y hallándose ya muy dentro del Asia, se enteró de que Aristóteles había dado a conocer en obras especulativas (metafísicas) la parte acroamática de su filosofía, le enviase una carta reconviniéndole por dar a conocer al pueblo vulgar los frutos de los trabajos e investigaciones de ambos; a lo que Aristóteles replicó que, a pesar de haberlos dado a conocer, esos resultados seguirían tan desconocidos como antes.

No es cosa de que tratemos de enjuiciar aquí la personalidad histórica de Alejandro. Lo que en la educación de este personaje puede ser atribuido a la enseñanza filosófica de Aristóteles es el haber sabido libertar interiormente sus talentos naturales, la peculiar grandeza de las dotes de su espíritu, elevándolas a un plano de completa independencia consciente de sí misma, como lo vemos comprobado mejor que por nada por sus propios fines y sus propios hechos. Alejandro alcanzó, en efecto, esa absoluta certeza de sí mismo que sólo da la intrepidez infinita de pensamiento y la independencia del espíritu con respecto a los planes especiales, pequeños y limitados para remontarse a la finalidad perfectamente general que lo animaba: la ambición de organizar el mundo en una vida y en un intercambio comunes y colectivos, mediante la fundación de Estados sustraídos a la individualidad contingente y fortuita.

Alejandro puso en práctica, de este modo, el plan que ya concibiera su padre sin haber podido llegar a realizarlo: el de colocarse a la cabeza de los griegos para vengar a Europa en el Asia y someter el Asia a Grecia; de tal modo que, así como al comienzo de la historia de Grecia los griegos habían marchado unidos en la guerra contra Troya, esta unión sirviese ahora de final y de remate al verdadero mundo helénico.

<243> Alejandro vengaba con ello, al propio tiempo,

Según Ritter (Erdkunde,t. II,, p. 839

<244> idea de ser dueño y señor del mundo.

No cabe duda de que las palabras citadas representan

<245> como un dios presente en un mundo sin dioses:

Mientras Alejandro llevaba a cabo esta gran obra, como el individuo

Después de haber partido Alejandro

Trece años vivió Aristóteles en Atenas,

<246> señanza. A la muerte de Alejandro

La funete de su filosofía son sus obras;

Diógenes enumera 445 270 líneas; si contamos 10 000 líneas por alfabeto, esto nos daría 44 alfabetos

La suerte de

<247>resto de su biblioteca

<248>

Lo único que cabe asegurar es que las obras de Aristóteles

Hemos de señalar aquí, antes de seguir adelante

<249>clases de enseñanzas manifestándose ya,
a) En primer lugar, hay que observar

b) Y, aunque esta concepción sea, como en efecto

En cuanto que no hay por qué buscar en Aristóteles,

Veíamos, además, cómo el pensamiento brotaba

Resulta fatigoso, a veces, seguirle en estas simples

En tercer lugar, Aristóteles se enfrenta también

Claro está que este método aparece por un lado

Aristóteles, por el contrario, solo abandona

Aristóteles nos ayuda a conocer el objeto

c) Habría que determinar ahora la idea aristotélica

Aristóteles dice, refiriéndose al valor de la filosofía

«Pues la naturaleza de los hombres

Es difícil señalar con toda precisión

Este modo de proceder

Intentaremos dar pruebas detalladas de lo particular sacadas de todas las series de conceptos que va recorriendo Aristóteles; hablaremos, en primer lugar, de su metafísica y de sus determinaciones; en segundo lugar, trataremos de las ciencias especiales estudiadas por Aristóteles, procurando ante todo señalar el concepto fundamental de naturaleza, tal como aparece en Aristóteles; en tercer lugar, nos referiremos al espíritu, al alma y a sus estados; por último, diremos algo acerca de los libros de Aristóteles sobre la lógica.

Metafísica

 

 

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Filosofía del Espíritu

Psicología

 

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β) Política

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