What is Political Philosophy? III 018

Parte de:

¿Qué es la Filosofía Política? / III. Las soluciones Modernas

 

Por Leōnardus Strūthiō

Leōnardī Strūthiī verba

Rousseau returned from the modern state as it had developed by his time to the classical city. But he interpreted the classical city in the light of Hobbes’s scheme. For according to Rousseau too, the root of civil society is the right of self-preservation. But deviating from Hobbes and from Locke, he declares that this fundamental right points to a social order which is closely akin to the classical city. The reason for this deviation from Hobbes and Locke is identical with the primary motivation of modern political philosophy in general. In Hobbes’s and Locke’s schemes, the fundamental right of man had retained its original status even within civil society: natural law remained the standard for positive law; there remained the possibility of appealing from positive law to natural law. This appeal was of course, generally speaking, ineffective; it certainly did not carry with itself the guarantee of its being effective. Rousseau drew from this the conclusion that civil society must be so constructed as to make the appeal from positive law to natural law utterly superfluous; a civil society properly constructed in accordance with natural law will automatically produce just positive law. Rousseau expresses this thought as follows: the general will, the will of a society, in which everyone subject to the law must have had a say in the making of the law, cannot err. The general will, the will immanent in societies of a certain kind, replaces the transcendent natural right. One cannot emphasize too strongly that Rousseau would have abhorred the totalitarianism of our day. He favored, indeed, the totalitarianism of a free society, but he rejected in the clearest possible language any possible totalitarianism of government. The difficulty into which Rousseau leads us lies deeper. If the ultimate criterion of justice becomes the general will, i.e., the will of a free society, cannibalism is as just as its opposite. Every institution hallowed by a folk-mind has to be regarded as sacred.

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Hispānice

Rousseau volvió a la ciudad clásica partiendo del Estado moderno tal como se había desarrollado en su tiempo. Sin embargo, interpretó la ciudad clásica la ciudad de la época clásicaa la luz del esquema de Hobbes. Esto se debe a que Rousseau también considera como la raíz de la sociedad civil el derecho de autoconservación. Pero, apartándose de Hobbes y de Locke, afirma que este derecho fundamental apunta a un orden social que es muy similar al de la ciudad clásica. La razón de esta desviación de Hobbes y Locke es idéntica a la motivación principal de la toda filosofía política moderna. En los esquemas de Hobbes y de Locke el fundamental derecho del hombre habría mantenido su estatus original incluso dentro de la sociedad civil: el derecho natural se mantuvo como el estándar del derecho positivo; es decir, se conservó la posibilidad de apelar al derecho natural en contra del derecho positivo. Esta apelación, por supuesto, era ineficaz en término generales; ciertamente no comportaba ninguna garantía de su efectividad. De aquí Rousseau sacó la conclusión que la sociedad civil debe ser construida de tal modo que la apelación al derecho natural desde el derecho positivo resulte absolutamente superflua; pues, una sociedad civil adecuadamente construida de acuerdo con el derecho natural producirá, automáticamente, un derecho positivo justo. Rousseau expone este pensamiento de la siguiente manera: la voluntad general, la voluntad de una sociedad, en la cada uno de los individuos sometidos a la ley deben haber tenido voz y voto en la elaboración de la ley, no puede errar. La voluntad general, la voluntad inmanente en sociedades de cierta clase, sustituye al derecho natural trascendente. No podemos enfatizar lo suficiente que Rousseau habría aborrecido el totalitarismo de nuestros días.1Recordamos al lector que estas Conferencias fueron pronunciadas entre 1954 y 1955. Con todo, ciertamente favoreció el totalitarismo de una sociedad libre, pero rechazó con el lenguaje más claro posible cualquier forma de totalitarismo del gobierno. La dificultad a la que Rousseau nos conduce es mucho más profunda. Si el criterio último de la justicia es ahora la voluntad general, esto es, la voluntad de una sociedad libre, entonces el canibalismo es tan justo como su opuesto. Toda institución venerada por una mente popular tiene que ser considerada sagrada.

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