What is Political Philosophy? III 015

Parte de:

¿Qué es la Filosofía Política? / III. Las soluciones Modernas

 

Por Leōnardus Strūthiō

Leōnardī Strūthiī verba

But the main reason why Machiavelli’s scheme had to be modified was its revolting character. The man who mitigated Machiavelli’s scheme in a manner which was almost sufficient to guarantee the success of Machiavelli’s primary intention was Hobbes. One could think for a moment that Hobbes’s correction of Machiavelli consists in a masterpiece of prestidigitation. Machiavelli wrote a book called On The Prince (Dē Prīncipātibus); Hobbes wrote a book called On The Citizen (Dē Cīve); i.e., Hobbes chose as his theme, not the practices of kingdoms and states, but rather the duties of subjects; hence what Hobbes did teach sounds much more innocent than what Machiavelli had taught, without necessarily contradicting Machiavelli’s teaching. But it is both more charitable and more correct to say that Hobbes was an honest and plain-spoken Englishman who lacked the fine Italian hand of his master. Or if you wish, you may compare Hobbes to Sherlock Holmes and Machiavelli to Professor Moriarty. For certainly Hobbes took justice much more seriously than Machiavelli had done. He may even be said to have defended the cause of justice: he denies that it is of the essence of civil society to be founded on crime. To refute Machiavelli’s fundamental contention may be said to be the chief purpose of Hobbes’s famous doctrine about the state of nature. He accepted the traditional notion that justice is not merely the work of society but that there is a natural right. But he also accepted Machiavelli’s critique of traditional political philosophy: traditional political philosophy aimed too high. Hence he demanded that natural right be derived from the beginnings: the elementary wants or urges, which effectively determine all men most of the time and not from man’s perfection or end, the desire for which effectively determines only a few men, and by no means most of the time. These primary urges are of course selfish; they can be reduced to one principle: the desire for self-preservation, or negatively expressed, the fear of violent death. This means that not the glitter and glamour of glory—or pride—but the terror of fear of death stands at the cradle of civil society: not heroes, if fratricidal and incestuous heroes, but naked, shivering poor devils were the founders of civilization. The appearance of the diabolical vanishes completely. But let us not be too rash. Once government has been established, the fear of violent death turns into fear of government. And the desire for self-preservation expands into the desire for comfortable self-preservation. Machiavelli’s glory is indeed deflated; it stands now revealed as mere, unsubstantial, pretty, ridiculous vanity. That glory does not however give way to justice or human excellence, but to concern with solid comfort, with practical, pedestrian hedonism. Glory survives only in the form of competition. In other words, whereas the pivot of Machiavelli’s political teaching was glory, the pivot of Hobbes’s political teaching is power. Power is infinitely more businesslike than glory. Far from being the goal of a lofty or demonic longing, it is required by, or the expression of, a cold objective necessity. Power is morally neutral. Or, what is the same thing, it is ambiguous if of concealed ambiguity. Power, and the concern with power lack the direct human appeal of glory and the concern with glory. It emerges through an estrangement from man’s primary motivation. It has an air of senility. It becomes visible in grey eminences rather than in Scipios and Hannibals. Respectable, pedestrian hedonism, sobriety without sublimity and subtlety, protected or made possible by “power politics”—this is the meaning of Hobbes’s correction of Machiavelli.

Frontispiece of Dē Cīve (1642): PER ME REGES REGNANT ET LEGVM CONDITIORES IVSTA DECERNVNT (Proverbs 8.15).

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Hispānice

Sin embargo, la razón principal por la que el esquema de Maquiavelo tuvo que ser modificado fue su carácter repugnante. El hombre que mitigó el esquema de Maquiavelo, hasta alcanzar el punto suficiente para garantizar el éxito de su propósito inicial, fue Hobbes. Uno podría pensar por un momento que la corrección de Hobbes a Maquiavelo consiste en una obra maestra de prestidigitación. Maquiavelo escribió un libro titulado Sobre el príncipe (Dē Prīncipātibus); Hobbes escribió un libro titulado Sobre el ciudadano (Dē Cīve); es decir, Hobbes eligió como tema, no las prácticas de los reinos y los estados, sino más bien los deberes de los súbditos; por lo tanto, las enseñanzas de Hobbes suenan mucho más inocentes que las vertidas por Maquiavelo.1Vide nuestras Recomendaciones Bibliográficas a la presente conferencia. Todo esto sin necesariamente contradecir las doctrinas de Maquiavelo. Pero, es tanto más comprensible y correcto decir que Hobbes era un inglés honesto y franco que careció del selecto estilo italiano de su maestro. O, si ustedes quieren, podríamos comparar a Hobbes con Sherlock Holmes y a Maquiavelo con el profesor Moriarty. Pues, en efecto, Hobbes se tomó la justicia mucho más en serio que como lo había hecho Maquiavelo. Podría, incluso, decirse que defendió la causa de la justicia: niega que se encuentre en la esencia de la sociedad civil el estar fundada en el crimen. Podemos afirmar que el refutar este argumento fundamental de Maquiavelo es el principal propósito de la famosa doctrina de Hobbes sobre el estado de naturaleza. Hobbes aceptó la noción tradicional de justicia, considerándola no como una mera obra de la sociedad, sino aceptando la existencia de un derecho natural. Con todo, sí que aceptó la crítica de Maquiavelo a la filosofía política tradicional: la filosofía política tradicional apuntaba demasiado alto. De aquí que exigiera que el derecho natural sea derivado de los comienzos. Es decir, de las carencias elementales o de los impulsos deseosque en realidad determinan a todos los hombres la mayor parte del tiempo, y no derivarlo de la perfección humana o su fin, cuyo deseo determina en realidad solo a unos pocos hombres y de ninguna manera la mayor parte del tiempo. Estos impulsos primarios son, por supuesto, egoístas; pueden reducirse a un principio: el instinto de conservación o, expresado de manera negativa, el temor a una muerte violenta. Esto significa que la sociedad civil no tuvo su origen en el tálamo reluciente y glamouroso de la gloria o el orgullo—, sino más bien en el terror o miedo al sobrio túmulo. No fueron héroes aunque fratricidas e incestuosossino unos pobres diablos desnudos y temblorosos los que fundaron la civilización. La apariencia de lo diabólico desaparece por completo. Pero no seamos demasiado precipitados. Una vez que se ha establecido el gobierno, el miedo a la muerte se convierte en miedo al gobierno. Y el instinto de conservación se extiende a una conservación confortable; a conservarnos cómodamente. La gloria descrita por Maquiavelo aparece ahora desinflada; se nos muestra como una pura vanidad insustancial, bella, pero ridícula. Sin embargo, esa gloria no da lugar a la justicia o a la excelencia humana, sino que genera un compromiso con el confort, con un hedonismo práctico y vulgar. La gloria sobrevive solo bajo la forma de la competencia. En otras palabras, mientras que el eje de las enseñanzas políticas de Maquiavelo es la gloria, las enseñanzas en Hobbes pivotan en el poder. El poder es infinitamente más eficiente y práctico que la gloria. Lejos de ser la meta de un anhelo noble o demoníaco el poder es demandado por ser o es la expresión deuna necesidad fría y objetiva. El poder es moralmente neutral; o, lo que es lo mismo, es ambiguo mientras su ambigüedad permanezca velada.2i.e. encubierta. El poder y la preocupación por el poder carecen del tan humano atractivo de la gloria y la preocupación por la gloria. Emerge a través de un distanciamiento de la motivación primaria del hombre. Tiene un aire de senilidad. Se hace visible en eminencias anodinas más que en los Escipiones o en los Aníbales. Un hedonismo respetable aunque vulgar y una sobriedad sin sublimidad ni sutileza, protegidos o auspiciados por una «política del poder»: he aquí la corrección de Hobbes a Maquiavelo.

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Frontispicio de Dē Cīve (1642): PER ME REGES REGNANT ET LEGVM CONDITIORES IVSTA DECERNVNT (Prov. 8.15).
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