What is Political Philosophy? III 009
Parte de:
¿Qué es la Filosofía Política? / III. Las soluciones Modernas
Por Leōnardus Strūthiō
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Leōnardī Strūthiī verba
In Machiavelli’s teaching we have the first example of a spectacle which has renewed itself in almost every generation since. A fearless thinker seems to have opened up a depth from which the classics, in their noble simplicity, recoiled. As a matter of fact, there is in the whole work of Machiavelli not a single true observation regarding the nature of man and of human affairs with which the classics were not thoroughly familiar. An amazing contraction of the horizon presents itself as an amazing enlargement of the horizon. How can we account for this delusion? By Machiavelli’s time the classical tradition had undergone profound changes. The contemplative life had found its home in monasteries. Moral virtue had been transfigured into Christian charity. Through this, man’s responsibility to his fellow men and for his fellow men, his fellow creatures, had been infinitely increased. Concern with the salvation of men’s immortal souls seemed to permit, nay, to require courses of action which would have appeared to the classics, and which did appear to Machiavelli, to be inhuman and cruel: Machiavelli speaks of the pious cruelty of Ferdinand of Aragon, and by implication of the inquisition, in expelling the Marannos from Spain. Machiavelli was the only non-Jew of his age who expressed this view. He seems to have diagnosed the great evils of religious persecution as a necessary consequence of the Christian principle, and ultimately of the Biblical principle. He tended to believe that a considerable increase in man’s inhumanity was the unintended but not surprising consequence of man’s aiming too high. Let us lower our goals so that we shall not be forced to commit any bestialities which are not evidently required for the preservation of society and of freedom. Let us replace charity by calculation, by a kind of utilitarianism avant la lettre. Let us revise all traditional goals from this point of view. I would then suggest that the narrowing of the horizon which Machiavelli was the first to effect, was caused, or at least facilitated, by anti-theological ire—a passion which we can understand but of which we cannot approve.
Hispānice
En las enseñanzas de Maquiavelo encontramos el primer de un espectáculo que ha sabido renovarse en casi todas las generaciones posteriores. Un pensador intrépido parece haber abierto un abismo ante el cual los clásicos, en su noble simplicidad, retrocedieron. De hecho, no existe en toda la obra de Maquiavelo una sola observación verdadera concerniente a la la naturaleza del hombre o sobre los asuntos humanos con la que los clásicos no estuvieran minuciosamente familiarizados. Una asombrosa contracción del horizonte suele presentarse como una asombrosa ampliación del horizonte. ¿Cómo podemos explicar este engaño? A la altura de los tiempos de Maquiavelo la tradición clásica había experimentado profundos cambios. La vida contemplativa había hecho de los monasterios su hogar. La virtud moral había sido transmutada en caridad cristiana. A raíz de estas transformaciones, los compromisos y la responsabilidad del hombre para con sus semejantes —para con las otras criaturas de igual dignidad— habían aumentado de manera exponencial. La preocupación por la salvación de las almas inmortales de los hombres parecía permitir, más aún, exigir, cursos de acción que habrían parecido a los clásicos, y que le parecieron a Maquiavelo, inhumanos y crueles. Maquiavelo habla de la piadosa crueldad de Fernando de Aragón —y por implicación, de la inquisición— al expulsar a los marranos de España.1Por la expresión, el profe Leo está pensando en los judíos en general, incluídos los conversos, expulsados por Chabelita y Fer. El término y la forma «marannos» refiere a ese giro, similar al del texto de Carey. Maquiavelo fue en su época el único no judío en expresar este punto de vista. Parece haber diagnosticado los grandes males de la persecución religiosa como una consecuencia necesaria del principio cristiano y, a fin de cuentas, del principio bíblico. Tendía a creer que un considerable aumento en la inhumanidad del hombre era la consecuencia no deseada, pero no por ello poco sorprendente, de que el hombre apuntase demasiado alto. Permítasenos reducir la altura de nuestras metas —expresaría el florentino— para no vernos forzados a cometer atrocidades que no sean evidentemente imprescindibles necesarias para la conservación de la sociedad y de la libertad. Sustituyamos la caridad por un cálculo, por un tipo de utilitarismo avant la lettre.2¿No es miembro de la francofonía? Descubra aquí. Revisemos todas las metas tradicionales aplicando este punto de vista. Yo sugeriría, pues, que el estrechamiento del horizonte que Maquiavelo fue el primero en efectuar, fue causado, o por lo menos facilitado, por una ira antiteológica —una pasión que podemos llegar a entender aunque no podemos aprobar.