What is Political Philosophy? I 019
Parte de:
¿Qué es la Filosofía Política? / I. El problema de la Filosofía Política
Por Leōnardus Strūthiō
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Leōnardī Strūthiōnis verba
A discussion of the tenets of social science positivism is today indispensable for explaining the meaning of political philosophy. We reconsider especially the practical consequences of this positivism. Positivistic social science is “value-free” or “ethically neutral”: it is neutral in the conflict between good and evil, however good and evil may be understood. This means that the ground which is common to all social scientists, the ground on which they carry on their investigations and discussions, can only be reached through a process of emancipation from moral judgments, or of abstracting from moral judgments: moral obtuseness is the necessary condition for scientific analysis. For to the extent to which we are not yet completely insensitive to moral distinctions, we are forced to make value judgments. The habit of looking at social or human phenomena without making value judgments has a corroding influence on any preferences. The more serious we are as social scientists, the more completely we develop within ourselves a state of indifference to any goal, or of aimlessness and drifting, a state which may be called nihilism. The social scientist is not immune to preferences; his activity is a constant fight against the preferences he has as a human being and a citizen and which threaten to overcome his scientific detachment. He derives the power to counteract these dangerous influences by his dedication to one and only one value—to truth. But according to his principles, truth is not a value which it is necessary to choose: one may reject it as well as choose it. The scientist as scientist must indeed have chosen it. But neither scientists nor science are simply necessary. Social science cannot pronounce on the question of whether social science itself is good. It is then compelled to teach that society can with equal right and with equal reason favour social science as well as suppress it as disturbing, subversive, corrosive, nihilistic. But strangely enough we find social scientists very anxious to “sell” social science, i.e., to prove that social science is necessary. They will argue as follows. Regardless of what our preferences or ends may be, we wish to achieve our ends; to achieve our ends, we must know which means are conducive to our ends; but adequate knowledge of the means conducive to any social ends is the sole function of social science and only of social science; hence social science is necessary for any society or any social movement; social science is then simply necessary; it is a value from every point of view. But once we grant this we are seriously tempted to wonder if there are not a few other things which must be values from every point of view or for every thinking human being. To avoid this inconvenience the social scientist will scorn all considerations of public relations or of private advancement, and take refuge in the virtuous contention that he does not know, but merely believes that quest for truth is good: other men may believe with equal right that quest for truth is bad. But what does he mean by this contention? Either he makes a distinction between noble and ignoble objectives or he refuses to make such a distinction. If he makes a distinction between noble and ignoble objectives he will say there is a variety of noble objectives or of ideals, and that there is no ideal which is compatible with all other ideals: if one chooses truth as one’s ideal, one necessarily rejects other ideals; this being the case, there cannot be a necessity, an evident necessity for noble men to choose truth in preference to other ideals. But as long as the social scientist speaks of ideals, and thus makes a distinction between noble and not noble objectives, or between idealistic integrity and petty egoism, he makes a value judgment which according to his fundamental contention is, as such, no longer necessary. He must then say that it is as legitimate to make the pursuit of safety, income, deference one’s sole aim in life as it is to make the quest for truth one’s chief aim. He thus lays himself open to the suspicion that his activity as a social scientist serves no other purpose than to increase his safety, his income, and his prestige, or that his competence as a social scientist is a skill which he is prepared to sell to the highest bidder. Honest citizens will begin to wonder whether such a man can be trusted, or whether he can be loyal, especially since he must maintain that it is as defensible to choose loyalty as one’s value as it is to reject it. In a word, he will get entangled in the predicament which leads to the downfall of Thrasymachus and his taming by Socrates in the first book of Plato’s Republic.
Hispānice
Para explicar el significado de la filosofía política, se hace hoy imprescindible acomenter un debate sobre los elementos —principios— del positivismo científico-social. Reconsideremos especialmente las consecuencias prácticas que conlleva este positivismo. La ciencia social positivista esta «libre de valores» o, dicho de otro modo, es «éticamente neutral»: es neutral ante el conflicto entre el bien y el mal, cualquiera que sea la forma en que el bien y el mal puedan ser interpretados. Esto significa que el campo común a todos los científicos sociales, el campo en que desarrollan todas sus investigaciones y discusiones, sólo puede ser alcanzado a través de un proceso de liberación de los juicios morales o de un proceso de abstracción absoluta: la ceguera moral es condición indispensable para el análisis científico. En el mismo grado en que aún no seamos insensibles a las diferencias morales, nos veremos forzados a utilizar juicios de valor. La costumbre de mirar a los fenómenos sociales o humanos sin emitir juicios de valor comporta una influencia corrosiva en cualquiera de nuestras preferencias. Cuanto más serios seamos como científicos sociales, más radicalmente desarrollaremos en nosotros mismos un estado de indiferencia hacia cualquier logro, hacia la ausencia de metas y hacia el estado de «estar cual hoja al viento», un estado que podría denominarse de nihilismo. El científico social no es inmune a las preferencias; su actividad es una lucha constante contra las que siente como ser humano y como ciudadano, que amenazan con sobreponerse a su imparcialidad científica. El científico social obtiene el poder necesario para contrarrestar todas estas influencias peligrosas a su dedicación de un solo valor: la verdad. Sin embargo, según sus principios, la verdad no es un valor que haya que elegir necesariamente. Se puede, igualmente, elegir la verdad o rechazarla. El científico —como científico— tiene que haberla efectivamente elegido. Pero ni los científicos ni la ciencia son meramente necesarios. La ciencia social no puede pronunciarse sobre si ella misma es buena. Está, por ello, obligada a enseñar que la sociedad puede con igual derecho y con las mismas razones favorecer el desarrollo de las ciencias sociales o suprimirlas como perturbadoras, subversivas, corrosivas o nihilistas. Pero, por extraño que parezca, vemos a los científicos sociales muy deseosos de «vender» la ciencia social, de probar que la ciencia social es necesaria. Nos argumentarán lo siguiente: independientemente de cuáles puedan ser nuestras preferencias, nosotros deseamos el logro de nuestros fines; para lograrlos necesitamos conocer cuáles son los medios que nos conducen a ellos; y el conocimiento adecuado de los medios que conducen a cualquier fin social es la única función de la ciencia social y sólo de la ciencia social; de aquí que la ciencia social sea necesaria para cualquier sociedad o para cualquier movimiento social; la ciencia social es, pues, simplemente necesaria; representa un valor desde todos los puntos de vista. Sin embargo, una vez que hemos aceptado este planteamiento, nos vemos profundamente inclinados a preguntarnos si no habrá unas pocas cosas más que representen valores desde todos los puntos de vista y para todos los seres humanos pensantes. Para evitar estas dificultades, el científico social desdeñará toda consideración sobre relaciones públicas o desarrollo privado y se refugiará en su virtuosa expresión de que él no sabe, sino que solamente cree, que buscar la verdad es bueno: otros hombres podrían considerar con el mismo derecho que buscar la verdad es malo. Pero ¿qué es lo que quiere decir con esto? O bien distingue entre objetivos nobles e innobles o bien rechaza esta distinción. Si distingue entre objetivos nobles e innobles, admitirá que existen varios objetivos o ideales nobles, y que un ideal no es compatible con los demás: si se elige la verdad como ideal propio, necesariamente se rechazan los demás ideales. Siendo este el caso, no puede existir la necesidad para los hombres nobles de elegir ineludiblemente la verdad con preferencia sobre otros ideales. Pero cuando el científico social habla de ideales y distingue entre objetivos nobles e innobles o entre integridad ideal y penoso egoísmo, está emitiendo juicios de valor que de acuerdo con sus principios básicos son, como tales, innecesarios. Tiene que decir, entonces, que es tan legítimo hacer de la búsqueda de la seguridad, del dinero o de la deferencia la meta vital única como buscar la verdad como fin principal. De este modo queda expuesto a la sospecha que su actividad como científico no sirva a otros fines que el incremento de su seguridad, su riqueza o su prestigio, y que su competencia no sea más que una habilidad que está dispuesto a vender al mejor postor. Los ciudadanos honestos comenzarán a preguntarse si se puede confiar en un hombre así o si este hombre puede ser leal, especialmente después de haber sostenido que es tan defendible elegir la lealtad como valor propio así como rechazarla. En una palabra, se habrá enredado en el trance que condujo a Trasímaco a su caída, abatido por Sócrates, en el primer libro de La República, de Platón.